Hoy mientras veo a mi hija, también la pienso. Y quiero poder verla y pensarla hasta que me toque irme. Yo primero y, a poder ser, de viejo y en paz. Y muchos años después, ella. Y de la misma forma. Quiero que podamos seguir haciendo el idiota juntos y competir por ver quién dice la burrada más gorda. Y como padre, no quiero que ningún cabrón nos robe eso. Me niego.
Esa mujer a la que vas a matar podría ser mi hija. O mi madre. O mi hermana. O mi amiga.
O no ser nada de todo eso. E igualmente te deseo que, así, de repente, descubras cómo eres y, llevado por la lucidez más extrema, le hagas a la humanidad el favor de quitarte de enmedio (pero tú primero, por favor) de la manera más limpia posible. Y que tengas la oportunidad de vivir unas cuantas vidas, y repitas el punto anterior hasta convertirte en algo que merezca la pena.
Ni mi hija, ni la de nadie. Ninguna.
Y por hoy, no tengo nada más que decir.