Ataúlfo trató de poner orden como buenamente pudo entre aquella banda de proyectos de ser humano, y tras incrustar a cada uno de ellos en su correspondiente silla de seguridad, ajustarles debidamente el cinturón y requisarles un importante alijo de chucherías a cual más pringosa y enguarrante, se sentó al volante, que por supuesto también estaba pringoso, y puso rumbo hacia la playa pensando que aquellos cuarenta kilómetros iban a ser eternos.
A los tres kilómetros escasos el atasco era monumental. Un ejército de monovolúmenes cargados hasta las trancas de aparejos playeros avanzaba penosamente por los colapsados carriles de la autovía mientras Jorgito decía a gritos que se hacía pis, y Lolo vomitaba ingentes cantidades de gominolas y cola cao sobre Javi, que a su vez empezaba a sentir arcadas ante la generosidad estomacal de su hermano. Antoñito se dedicaba a pintarrajear la tapicería de cuero con un rotulador permanente (Antoñito siempre había sido muy profesional y concienzudo) y Carlitos estaba a punto de batir el record Guiness de meterse figuritas de los pitufos por las fosas nasales. Teniendo en cuenta que sólo le faltaba por alojar a Papá Pitufo y al Pitufo Metrosexual, era fácil deducir que el resto de la aldea pitufa se hacinaba como podía en las cavidades nasales del zagal. Médicamente la cosa tenía mala pinta.
Ataúlfo se resignó a su mísera suerte y respirando hondo pensó en un amplio y maravilloso universo de vasectomías, ligaduras de trompas y anticonceptivos mecánicos, químicos y electrónicos. También decidió subastar el monovolumen en ebay esa misma noche y con el dinero obtenido cambiar de vida, de sexo y de país, dedicarse al transformismo y la copla en general y hacer voto de castidad irreversible por si las moscas.
Muy mal se le tenía que dar…