En el hermoso pueblo de Hachimoto, ubicado a los pies del monte sagrado de Karahada, donde las tibias aguas de mar interior de Motomami mecen las pequeñas y encantadoras embarcaciones que los valientes pescadores locales denominan «Hashi Kotaro Komatsu», que en el dialecto de la prefectura de Osotogari significa «Los tifones y maremotos nos comen los huevos por detrás», la vida reiniciaba su ciclo diario en el preciso instante en el que el gigantesco sol comenzaba a despuntar al alba.

-Amigo Kagharato, observa cuán gigantesco despunta por el horizonte el padre Sol, que nos trae la luz y la alegría de una nueva jornada.

-No es que sea gigantesco, gilipollas. ¿No ves que es un filtro de esos de Instagram? Vale que sea el padre sol, pero tú no eres más tonto porque no vas al Tatami Tontorogui Do a entrenar a jornada completa. Que te lo tragas to sin rechistar ¡Alienao! ¡Por eso votas a Unichi Podemari!

-¡Será mejor lo tuyo, amigo Hachiriko, que se dice por los Taskari Bare-To que votas a Shanti Agho Abaskamori ¡Derechato! ¡Fachatogari!

El jefe de policía de Hachimoto, el señor Matute San, patrullaba las calles sobre su dragón reglamentario, repartiendo haikus delicadamente caligrafiados según la más pura tradición de los antiguos calígrafos formados en el gabinete del maestro escriba Kalimero Kaponata. El famoso Gabinete Caligrafi, ubicado en las afamadas Cuevas de Ka Bra Les, en la prefectura de We Lakesu. Allí, se escribieron deliciosos haikus como «Voy camino Hokaido» «La culpa fue del Konichiwa», o «Hay cuatro flores de loto para ti, cacho geisha».

Normalmente, y dado el exquisito sentido de la urbanidad de los Hachimotenses, apenas se veía obligado a corregir ligeramente la conducta no del todo impecable que algún ciudadano, más por descuido que por maldad, pudiera contravenir alguna norma de convivencia.

Así, el buen Matute San, pasaba los días regalando sus delicados pergaminos primorosamente caligrafiados: «A la sombra del sagrado monte Origami, impasible aguardaba tu vehículo la llegada de la madre luna, que en su bondad infinita releva al padre sol cada jornada para procurarle el descanso que todo guerrero precisa. Cuatro días llevas aparcao en carga y descarga, peaso cabrón. Son 89.000 yenes. Artículo 2 del Reglamento General de Circulación de Hachimoto. ¡Por espabilao!»

El primor, llevaba a Matute San a elaborar no más de tres o cuatro pergaminos diarios. Un número mayor hubiera sido considerado una terrible falta de respeto hacia su trabajo y, de cara a la ciudadanía, una evidente falta al honor que, de producirse, le obligaría a hacerse el Hara Kiri al llegar el ocaso. Si fuera al amanecer, lógicamente, habría de hacerse el Hara Kikiriki, igualmente doloroso, pero con el valor añadido del puto gallo dejándose la laringe en el empeño de anunciar la llegada del sol gigantesco con filtro de Instagram sin haber necesidad ninguna.

Muchas de las intervenciones del honorable Matute San, llegaron a pasar a los anales de la historia de Hachimoto. Como aquella vez que resolvió un terrible conflicto de lindes entre las familias Karapijo y Menthekato. Cuando ya estaban a punto de sacar sus respectivas katanas para tratar de harakirizarse mutuamente, apareció el buen agente de la ley para poner orden. Un pequeño pergamino delicadamente iluminado por los ilustradores de la prefectura de Pintoi Kholoreo, y unos sencillos versos caligrafiados sobre la marcha en menos de dos horas y media, aplacaron los ánimos de Karapijos y Menthekatos, que para pasar el rato se habían puesto a hacer delicadas figuritas de papel, que se intercambiaron en prueba de buena voluntad. Los Karapijo habían realizado un logradísimo misil intercontinental con capacidad para cargar una ojiva nuclear de doscientos kilos, mientras que los Menthekato habían elaborado un pene, cosa que los Karapijo no se tomaron a mal sabiendo que los Menthekato carecían de estudios y no daban para más. Igualmente, acabaron llegando a las manos porque los Menthekato sostenían que al arte de elaborar figuras de papel se le denominaba «Ikebana».

-¡Qué dirás, retroimbécil! Eso se llama «Origami» de toda la vida de Inari Taisha. Ikebana es lo de las plantas, ¡joder!

-¿Qué plantas, payasako? ¿Plantas nucleares? ¡A que te arremango un Hostiakari en tol jepeto! ¡Sujétame el Ku Ba Ta, que lo apiolo aquí mismo al enterao este de los nakamichis! ¡Joooder ya!

El pergamino de Matute San, vino providencialmente a poner fin a aquel conflicto de lindes:

-Como el agua clara del arroyo de Fuku Hari

Vientos de las montañas arrastran los negros presagios

Alondras alzan vuelo hacia las cimas doradas de Hokaido

No me andar tocando los cojones que saco la pipa

y aquí no queda ni Piolín ¿Tamos?

¡Hala a tomar pol culo de aquí, y que nun vos vuelva a ver amarraos, porque cagun mi madre, saco el hachiko y córtovos los nakamichis como ta mandao ¿Oísteis? ¡Hala! ¡Desfilando!

Como desfila la procesionaria descendiendo

de los sagrados pinos del bosque de Mun Hie Yo.

Nunca más hubo rencillas entre los clanes Karapijo y Menthekato.

Pero lo que de verdad consagró al honorable Matute San como agente y defensor de la ley, fue aquella memorable ocasión en que el desdichado Koji Kabuto, de los Kabuto de toda la vida, estacionó su Toyota Prius de forma indebida ocupando dos plazas en el abarrotado aparcamiento de la única abacería del pueblo: el Ali Merka. Matute San, al ver aquella tropelía, y tratando de apaciguar su ira con una breve meditación de seis horas, se sentó a la sombra de un drago milenario, donde durante seis días y seis noches, elaboró su famoso haiku «Kumaru Agatomori Arikata», que en dialecto de la prefectura de Kolunga significa «¡Voi dicite una cosina, mongorolo!»

«Vientre materno

espacio infinito de vida

Templo de serenidad y sosiego

Amplitud regalada

que de tanto en tanto,

caprichosa pero sabia,

alberga y da vida a varios seres

que caminan hacia la existencia

en perfecta armonía,

cada quien en su espacio,

compartiendo sin invadir.

¡APRENDE A APARCAR, JOPUTA!

¡VA A COSTATE MÁS LA MULTA QUE EL COCHE!

¡BOBOROLO! ¡MANGUÁN! ¡FALTOSO!»

Y así, la vida proseguía en Hachimoto, como el arroyo que fluye sosegado pero sin parada. Y la madre luna, gigantesca y hasta los nakamichis de tanto filtro de Instagram, vino a relevar al padre sol, que de tanto filtro ya solo emitía rayos UVA pasa.

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(En la imagen, el mítico pergamino que Matute San colocó en el parabrisas del desdichado Koji Kabuto, que se quedó sin su Prius)