Se llamaba Segismundo Bolera. Tenía fama de ser tan buena gente que todo el mundo le decía «er güena gente». En realidad jamás había hecho ná decente por nadie, pero ahí andaba el cabronazo del Segis dedicado a criar su buena fama y echarse a dormir. Pero, por lo que fuere, una serie de azarosas circunstancias hacían que el hijoputismo de Segis pasara totalmente desapercibido

-¿Has visto al Segis?

-¿Qué Segis?

-Pos semos presonas humanas

-No, que digo que ¿A qué Segis te refieres? ¿Er güena gente?

-No, coño, ese es el catalán de gafas que hace monógalos por la tele y…

-Pos se me ha olvidao de qué hablábamos, fíjate. Eso sí: ¡Qué buena gente es el Segis! ¿Eh?

-¡Fuá! ¡Ya te digo!

Estas eran algunas de las azarosas circunstancias por las que nadie reparaba en el cabronismo subyacente de Segis que, por otra parte, no subyacía gran cosa y a poco que se rascara o rascase salía mismamente a presión, como un géiser muy tocho. Segismundo Bolera era un cabronaso con pintas y diploma enmarcao. Lo que pasa es que a simple vista y a menos de diez metros, no se le notaba.

Por las mañanas Segis se dedicaba a echar lejía por el patio de luces poniéndole a su vecina de abajo el tendal que los polos de Tomijilfiguer parecían del diseñador de Desigual el día que se pasaba con los tripis.

-¡Es para desinfectar el patio de luces, hermanos vecinos! -Decía Segis con voz suave. Y agregaba: -¡Hijos de la gran puta, asín reventéis! – Pero esto último lo decía bajito y nadie lo escuchaba. Bueno, la vecina de abajo, que ya estaba un poco mosca algo oía, pero sin llegar a entender.

A media mañana Segis dibujaba penes con una navajuela en la tapa del buzón de su vecina de abajo. Pero cada 15 días, cuando ya no le cabían más penes, la lijaba y volvía a barnizar de nuevo. Cuando de tanto lijar se quedaba finita, se liaba un cigarro con ella y de su propio bolsillo ponía una nueva tapa. En la tienda de tapas de buzón ya tenía hasta tarjetina de puntos.

-¡Es un milagro, vecina! ¡The Universe te regala una tapa de buzón nueva cada dos semanas! ¡Agradécelo con toda tu alma!

-Ya, Segis, Pero en cuantis que me descuido ya le sale otro pene tallado al buzón, y ya no luce bonito. Esto pa mí que es como lo de los penes de Bélmez.

-En Bélmez son caras, Mary

-Bueno, pos que compren las pollas más baratas en otro sitio y asunto resuelto.

-¡Agradece ese pene que te regala el Universo, Mary! ¡Todo es chachiflagüer! ¡Cacho zorra! ¡Obtusa! ¡Cómo te odio! -A veces a Segis se le salía la cabronez por las juntas y no podía pararla ni con silicona de la buena.

-¡Huy! ¡Lo que me ha dicho el Segis!

-No, que digo que en Calahorra ya no se usa el sesquimodio. Naturalmente en tanto en cuanto se trata de una medida de capacidad antigua y por tanto en desuso…

-¡Cuánto aprendo contigo, Segis!

Y Segis, esta vez para sí mismo, se prometió tallarle esa misma tarde un pene gigantesco en la puerta de casa a la zorra obtusa de su vecina.

Quiso la fortuna que Segis falleciera a la temprana edad de 118 años tras una vida dedicada en cuerpo y alma a fornicar a la humanidad sin consentimiento por escrito ni nada, dejando más de 60 años de pufo en cuotas de la comunidad. Aún hoy se puede leer su epitafio carcomido por el paso del tiempo y las inclemencias del ídem porque donde vivía Segis llueve mucho y eso enguarrina un montón:

«Aquí yace Segismundo Bolera. Falleció por una brusca subida de hijoputeína que no pudo superar ni él. Con lo joputa que era. Parecía buena gente, pero era un cabrón con pintas y diploma enmarcao. El diploma también yace enterrao con él porque era el único que lo aguantaba. El marco se lo ha quedao la Mary pa la foto de los nietos. Es lo que tienen los diplomas: que lo aguantan tó. Por ello, quienes te conocimos elevamos como una sola voz este canto : «Vete a la mierda Segis ¡Qué cabronazo que eras! ¡Malparido! ¡Paga las cuotas!»

Como curiosidad, la lápida de Segis es la única en el mundo que tiene varias páginas.

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FIN