En mi nuevo libro «Aprende a tener fe en las llamadas telefónicas», explico las razones por las que es totalmente innecesario hablar pegando estridentes berridos para que la persona al otro lado de la línea reciba el mensaje. En otro orden de cosas, le deseo a la señora no creyente en el poder del teléfono que se acaba de bajar del autobús, que le traigan los Reyes Magos un botón de mute como el del mando de la tele. O una mordaza. Dispositivos de eyección instantánea de voceras en los autobuses ¡YA!