Cuando Delibes puso negro sobre blanco «Los Santos Inocentes» y Camus la llevó al cine, le hicieron un traje a medida a Paco Rabal. Pocos actores más habrían podido ponerle vísceras al personaje de una forma tan brutalmente honesta. Si hay una imagen que me produce ternura es la del Azarías llamando a su «milana bonita»:
– ¡Quiá, quiá, quiá…!-  Y la milana volaba dócil hasta su hombro.

Lo curioso es que cincuenta años después de la época en la que transcurren los acontecimientos, el mundo ha variado mucho en las formas pero muy poco en el fondo. Ahora el Señorito Iván sigue gobernando a su antojo  a Paco el Bajo, al Azarías, a la Régula, al Quirce y  a la Niña Chica, que aunque ahora ya no van vestidos con harapos, tienen estudios y viven para el resto de sus días esclavos de un pisito muy apañado y un utilitario molón siguen dejándose la piel bajo otras formas de tiranía mucho más asépticas. El tema es que ahora el Señorito Iván adopta las formas más variopintas y lo mismo se aparece en forma de capullo engominado, de cargo político designado por el método dactilar, de reyezuelo de taifas autocrático o de niñato incrustado a perpetuidad en el sofá nadando en su babeante mar de ignorancia y prepotencia. Y para sostener el tinglado tiene que haber un ejército de  Pacos y Régulas que saquen las castañas del fuego  y agachen la cabeza por miedo a que el desempleo los sumerja en el fango del que todos venimos.

El problema llega cuando el Señorito Iván se carga de un perdigonazo a una graja vulgar y hay cerca un Azarías que ve una milana bonita  donde el infame veía  un mísero pajarraco. Y ese Azarías, en su retraso mental o en su inmensa cordura, según se mire,  antes o después  imparte su justicia colgando al señorito de una encina, que bien pensado no es mal sitio para morir.

Y cuando la cantidad de Azarías que han perdido a su milana bonita ya forman legión, los «Señoritos Iván» deberían replantearse las cosas porque no hay enemigo más letal que aquel que no tiene nada que perder. Pocas sogas va a haber para tanto pescuezo vil.

Así que, por el bien de todos, más vale que al grito de !Quiá, quiá quiá» las milanas sigan acudiendo a descansar en sus respectivos hombros.

Porque sin duda, aunque no seamos santos, ni mucho menos inocentes,  a un mundo sin milanas poco le quedará de bonito.