Hay una cosa que me trae a mal traer: los avatares estos que te permiten hacer las redes sociales a tu supuesta imagen y semejanza.
Los avatares Son unos moñecos que puedes personalizar para que se parezcan a ti, y luego puedes ponerlos, por ejemplo, en un post con un megáfono en la mano, haciendo como que dicen cosas a grito pelao como queriendo decir que el mensaje es muy importante. Spoiler: NO, NO LO ES. La importancia del mensaje es SIEMPRE inversamente proporcional al nivel de megafonismo del avatar (Primera Ley de Pollard Monguerson, también conocida como «Ley del que si quiere bolsa, señora»).

A los avatares les puedes elegir el corte y color de pelo, el asunto racial, la indumentaria, los complementos, los labios más o menos salchicheros, la perilla, el bigotillo a lo Adolf, o lo que se te cante. A veces hay que reconocer que aparece alguno que guarda cierta similitud remota con el titular. Por ejemplo, porque lleva gafas. Es normal, porque los avatares son como la realidad, pero maquillada y explicada por un político.
He llegado a ver avatares de personas no racializadas (que es la forma guay de decir «blanco/a occidental») que por lo visto se autoperciben como personas subsaharianas del mismo centro del Subsahara. Pero más que a un problema de autopercepción lo achaco a un problema de falta de pericia con el esmarfón a la hora de currarse su propio avatar, y luego les sale una Florinda Chico de Sierra Leona cuando lo que buscaban era algo más rollo Audrey Hepburn, «porque me doy un aire a ella». Un aire dice… Será en que Audrey desayunaba con diamantes y usted desayuna Chiquilín de marca blanca untá con manteca pa mojar en el Nescuís. Virgensanta, qué pedrá tienen. ¡Que no, señora! ¡Baix!

Esto es normal que pase cuando de foto de perfil de Facebook te pones una que le hiciste con la cámara del móvil a una Polaroid de cuando Naranjito era un boceto y Heidi todavía no estaba ni dada de alta. Que luego la realidad se te deforma a lo tonto y tus compañeras de la escuela -esas señoras mayores que a veces te saludan en las redes- te dicen cosas como «Estás igualita, Mary. Por tu Polaroid de cuando el Torete hizo la comunión, no pasan los años». O Luego cuando quedáis para la cena de antiguas alumnas, todas te piden que lleves la Polaroid en la pechera para que te puedan reconocer. O que hagas el favor y ya que vienes del pasado remoto les traigas una Mirinda. Que en el presente ya no las expenden en los ultramarinos, nena.

En serio: no pongan de foto de perfil una Polaroid de cuando las Polaroid se hacían al óleo. No. ¡QUE NO! Mayormente porque el mensaje que lanzan es: «a pesar de disponer de un esmarfón con cámara de alta resolución con el que podría hacerme un selfie sin ningún problema ni dificultad técnica, estimo que es menos bochornoso poner de foto de perfil una foto de una foto de cuando Mazinger Z todavía iba a la escuela de roboces de combatir el mal. No vaya a ser que mis conocidos, que me ven a diario, sepan como soy y se partan el hojaldre a mi costa.

Luego se preguntan por qué a las demás personas humanas al ver su perfil les vienen a la mente cosas como «¿Por qué esta persona, a sus años, usa como avatar una caricatura de Vrizni Espirs de Aliexpress?»

Fascinante…