Por más que Catar sea uno de los países árabes más «abiertos» me parece que conviene recordar que entre otras cosas se mantiene el sistema de avales por el que aquel que quiera entrar al país a trabajar, al igual que el que quiera abandonarlo, debe contar con el beneplácito de un kafeel que lo avale, lo cual no deja de ser una refinada fórmula de semiesclavitud moderna.
Claro que en el civilizado occidente no nos quedamos cortos en cuanto a refinamientos esclavizatorios. La diferencia es que aquí no se llama «sistema de avales» como en el Golfo Pérsico, sino «Sistema de Bancos, partidos políticos, castas diversas y la madre que nos trujo a todos».
La diferencia esencial entre ambas fórmulas es que allí el Estado te lo deja muy clarito desde el minuto cero, y si por ejemplo te das accidentalmente con el alfanje en mitad del cielo de los cataplines y se te ocurre mentar al profeta aunque sea de refilón, te vas al talego de cabeza. No es broma. Le ocurrió a un desdichado lugareño que al quedarse sin saldo en el móvil osó ciscarse en lo más sagrado, el muy imbécil. Si al menos hubiera sido lo del alfanje en los cataplines tendría un pase, pero por el saldo del móvil… ¡A quien se le ocurre tontorrón!
Aquí te puedes defecar en medio santoral sin mayores complicaciones, pero nos dan más vueltas con la cosa del Estado de Derecho, la Justicia, la Igualdad, la Libertad, y todos esos conceptos prostituidos hasta la médula por los de siempre. Pero el resultado final, amiguitos, es siempre es el mismo: nos dan por el orto, por el ocaso, por levante y por poniente, todo ello con la mayor de las libertades. Será que nos lo merecemos, no digo que no.
Y en ese mar de dudas que tengo sobre estos temas de la monarquía y la sangre azul, que para mí que no la tiene ni Papá Pitufo en estado cianótico, me despido hasta la próxima temiéndome muy seriamente que tantas prebendas y riquezas jamás las vamos a Catar por más que el Emir invierta.
Va a ser que no.