Igual que vino se fue. Como tantas otras que antes fueron, y nada son. Y siendo todo en nada queda. Y siendo nada todo es. Y tantas cargas llevé a cuestas, que por olvidar, olvidé quién era. Y así, siendo quien soy, me empeñé en buscar ahí afuera. Y nada había, y nada encontré. Y de cuanto creía ser, no me dieron razón ni seña. Aferrándome a la pena. Esperando con paciencia lo que debía ser y nunca era. Viviendo siempre a la espera. Esperando vivir y ver lo que creí que ser debiera. Y no debía de ser, y era tan solo creencia. Y por querer creer quién era, viví sin ser y creí con fe ciega, no volver a mi ser ni ser quien realmente era.

Y ya no quise buscar, y aprendí que así era. Que ni se puede buscar lo perdido cuando jamás hubo pérdida, ni volver al lugar de partida del que en realidad no salí, siendo como es mi tierra. Y no hubo tiempo perdido, que no se pierde la guerra creyendo que la perdí. Y perdiendo salí ganando, y siendo quien siempre fui, recordé que de tanta guerra, ni juez ni parte fui, ni verdugo ni bandera. Y así es. Y allí estaba. Y aquí era. Y así dejé de viajar buscando lo que ha de ser. Porque siempre estuve aquí, y aquí soy, y en el ahora constante era. Y aquí y ahora encontré que por fin retomo el viaje. Que volví a ser el que soy. Que nunca dejé de ser quien era.

Igual que vino se fue, y entre tormenta y tormenta, encontré que en realidad nunca me fui. Porque ni era aquel mi viaje, ni era aquella mi guerra. Y viajo, y vivo y soy. Igual que vino se fue. Y entre tormentas viví en paz, y viajando en la tormenta, volví a disfrutar del viaje.

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No tengo ni idea de por qué escribí esto, pero me vino el punto. Y le hago caso a los puntos cuando llegan. Que por algo será que vienen. Igualito que las tormentas, oigan…