Hay palabras que sanan el alma. Un «hola», un «¿Cómo estás», acaso un sincero «Yo lo amo, lisensiado»…
Y cuando creías que las frases hechas, emitidas de forma automática, jamás podrían acariciarte el alma, llegan nítidas, resonando en lo más hondo, transmitiendo que no todo está perdido. Fue de buena mañana cuando llegó tu mensaje a iluminar las nieblas del día:
«Se ha ordenado la devolución de su Declaración de la Renta»
Nunca creí que nada pudiera superar la enorme dicha de aquel día, ya lejano, cuando ella, firme en su lugar, hierática pero cercana, me regaló aquellas notas escritas en pentagrama de seda que hasta hoy eran mi mayor abrigo en tiempos de tormenta. «Su tabaco, gracias».
Todo es susceptible de ir a más. Queda esperanza