Está la cosa que arde por estos lares hispánicos.  Y lo malo es que no es de extrañar, porque ya de buena mañana según te despiertas echas mano de tu smartphone, que duerme fielmente sobre tu mesita de noche, activas su pantalla ultrachupiled de potocientos chorrapíxeles ávido de enterarte de las noticias del día,  y en ese momento te entra la duda y no sabes si leer la prensa o pasar directamente al porno por ir ahorrando tiempo. Más que nada porque en ambos casos el argumento es más previsible que un semáforo y  sin preliminares ni anestesia la cosa acaba indefectiblemente en dilatación de esfínteres  por el artículo catorce. 

Y es que  ya de entrada  lees con estupefacción que una moda incipiente llamada «tampodka» se extiende entre algunos zagales y zagalas de coeficiente intelectual magro y hormonas en ebullición, que ya no se conforman con el tedioso  botellón de toda la vida para entrar en trance etílico y deciden dar un paso más en su  incansable búsqueda de la imbecilidad extrema. Así pues, la nueva práctica no puede ser más simple: en un  chupito de vodka, preferentemente de garrafón marca Cutroff -más que nada porque el sabor da lo mismo- se introduce un tampón de esos que permiten saber a qué huelen las nubes en esos días del ciclo y, una vez bien empapado, se inserta con decisión por el orto o por el ocaso, según los gustos y/o posibilidades anatómicas del usuario/a.  
La cosa es que en cuestión de un periquete, el/la sufrido/a jovenzuelo/a tiene una hermosa intoxicación etílica gracias a las mucosas íntimas y su proverbial capacidad de absorción de bebidas espirituosas con pase inmediato al torrente sanguíneo. Y todo ello directo al cerebro y sin castigar el hígado tontamente de modo que, quedar te quedarás gilipollas, pero con la certeza de que de cirrosis ni rastro, oiga. 

De este modo se aúnan eficacia, rapidez y economía garantizando una reducción drástica de los niveles de sangre en alcohol, con la ventaja añadida de que a los muchachuelos  no les huele nada de nada el aliento al llegar a casa por la mañana, tras salir de la UVI  habiendo superado con cierto éxito el coma etílico. Mamá y papá ni se darán cuenta salvo que te pillen el parte de alta médica que, como eres imbécil, guardas en el bolsillo del pantalón.  Divino.

Y una vez que reunes el valor suficiente, te acomodas un poco la almohada y pulsas otro enlace aleatoriamente en la pantalla de tu Chamchungesetrés o tu Aifoncinco a ver si hay un poco de suerte y te encuentras con alguna noticia normal que te impulse a levantarte de la cama.

Pero he aquí  que te topas de bruces con Aznar -que por fin se ha sacado el cinturón negro décimo dan de inmovilidad supralabial-  amenazando con volver a la política, a Rubalcaba diciendo que le horroriza la paja en el ojo ajeno mientras trata de desincrustarse sin éxito la viga del suyo, y una foto del televisor que usa Rajoy para asomarse de vez en cuando a dar explicaciones que, apagado, tristón y sin pilas en el mando a distancia, guarda un respetuoso silencio.  Ahí ya empiezas a valorar la posibilidad de levantarte de la cama y bajar al chino a pillarte unos tampax de imitación y una garrafa de cinco litros de Cutroff.
Pero cuando llega de verdad el paroxismo de la estupefacción informativa es en ese momento en el que, sin anestesia ni nada, lees que el cardenal Rouco Varela está formando a un equipo de ocho exorcistas para combatir sin piedad al demonio porque los fieles lo demandan cada día más y el clero no da abasto a exorcizar a la peña a tres turnos.  La solución, bien pensado, no es mala: te montas una academia de formación de Chuck Norris de la Fe y los pones a combatir las acechanzas del maligno repartiendo fostiones tremebundos a los cuatro vientos, que es una cosa que entiende todo el mundo a la primera, empezando por los demonios. 
Que digo yo que, ya puestos, no estaría de más que el señor Cardenal mande a sus alumnos a hacer las prácticas al Congreso, más que nada porque si se les va la mano con el exorcismo y estropean el género no se pierde gran cosa. Los experimentos con gaseosa, las cosas claras y el vodka- hagan el favor- por vía oral.
 Y al final, miren ustedes por donde,  uno se levanta de la cama con la inquietante sensación de que la mejor noticia del día es la del exorcismo.  
¡Manda tampones…!