Hoy, amiguitos de la fauna ibérica, vamos a adentrarnos en el proceloso mar de la «literatura fantástica», que al igual que los caramelos Sugus viene en muchos sabores. Concretamente nos vamos a centrar en la que mola más, que es la de sabor épico.

La fantasía épica no es, como podría pensar el lector de mente retorcida, un sueño guarrete de Epi en el que imagina que hace cosicas fornicativas con Blas. En absoluto. La fantasía épica es una cosa en la que se dan una serie de elementos imprescindibles en dosis variables.

A saber:

1.-Cuestiones físicas

En primer lugar, los libros épicos se distinguen normalmente porque en una estantería de tamaño medio sólo caben dos en cada balda. Por tanto la primera característica es que son muy gordos y tienen que editarse en varios tomos para evitar que el sufrido lector se fracture el costillar o sufra aplastamiento de esternón cuando lee en la cama.   Cuenta la leyenda que Torrebruno pintó el techo de la cocina a brocha subido en el primer tomo de El Señor de los Anillos y pegaba con la cabeza en el fluorescente.
Si el libro épico en cuestión es electrónico, el lector deberá tener muchos Gigas de capacidad si quiere que le quepa la saga completa.
Por otra parte tienen que tener una portada en la que salgan cosas épicas tales como un buen dragón, un castillo en condiciones, un orco repelente, elfos, brujas, magos, señores musculosos con espadas como las de cortar la tarta en las bodas, señoras épicas buenorras, y afines.

2.-Cuestiones geográficas, históricas y sociales

Un libraco épico que se precie  tiene que estar ambientado en la Edad Media. Esto es así. Pero no en una Edad Media de morondanga.  Tiene que ser una Edad Media molona. Además, la acción debe desarrollarse en un país imposible, en el que la plebe esté frita a impuestos y penurias, que esté dividido en un montón de reinos  y señoríos gobernados a su bola por una nobleza hereditaria rancia y antigua con muchos intereses cruzados y  mucho oro en la saca, en el  que preferentemente sus habitantes anden midiéndose el lomo a garrotazos entre sí a tres turnos, y  en el que  haya una densidad de aproximadamente 400 cabrones por legua cuadrada.  España cumpliría todos los requisitos, pero curiosamente los autores prefieren ambientar sus historias en Invernalia, en la Tierra Media y en sitios similares que generalmente quedan más allá de donde Agamenón perdió las chanclas.

Al lado del país en cuestión siempre tiene que haber un reino, o algo, en el que viva gente o cosas muy chungas que constantemente intentan traspasar las fronteras para practicar la inmigración ilegal y realizar sin anestesia operaciones de amígdalas con espada a quien tenga a bien ponerse en medio.

La toponimia tiene que tener nombres rimbombantes. Por ejemplo, si la guardia del rey sorprende a unos malandros cazando ciervos en los dominios del señor, no quedaría glamouroso decir «Mire, que es que acabamos de trincar a unos quinquis cazando en la Dehesa del tío Fulgencio, pegando con la parte de Jacarandilla del Ojal». En su lugar es mucho más adecuado «Mi Señor, hemos capturado a estos malhechores cazando venados en los dominios del Bosque de Gondor, más allá de los límites de la tierra de los Trunder donde el sol no osa penetrar».Que mola muchísimo más. Nos ha jodío mayo.

3.- La alimentación, los hábitos y el cuidado de la salud

La gente de los libros épicos no come ni bebe cualquier mariconada. Así pues, en un festín orgiástico que se precie jamás te encontrarás con lasaña de tofu con crujiente de wakame, pencas de acelga en tempura, muslitos de codorniz almendrados ni tonterías semejantes. En su lugar lo que se come es carne de uro, asado de sapo y babosas, y leche de yegua fermentada y con grumos, que sabe a centellas pero coloca muchísimo.

El tema de la seguridad e higiene en el trabajo queda terminantemente prohibido: en el supuesto de que en mitad del fragor de  la batalla alguien te hinque un hacha en la espinilla y te la saque por el entrecejo no puedes andar perdiendo el tiempo quejándote a lo tonto. En una peli de la Segunda Guerra Mundial gritarías ¡Sanitario! y aparecería un enfermero con vendas, antiséptico y un chute de morfina. Sin embargo en un escenario épico aparece un maestre que te unta una pomada asquerosa  de vómito de lagarto por la hemorragia y te da una copichuela de leche de amapola para que te vayas colocando mientras esperas que la gangrena haga su trabajo y le dices al pringao que tienes al lado que te vengue y cuide de tus hijos y los dioses protejan a tus numerosos bastardos y asunto resuelto. Cascas, pero con honor y todo eso.

En el tema de la sexualidad, todo es desenfreno y lujuria como si no costara. Si no estás guerreando, estás siempre dedicado al noble arte del follifornicio sin tiento ni freno alguno, acosado por damas y plebeyas que reclaman tus  artes amatorias fabricando a jornada completa nenes legítimos o bastardos.Es importante recordar, para no deprimirse, que todo ese chollo es ficción y no pillarías cacho ni aunque te cayeras de morros en el mayor lupanar de los siete reinos bisiestos con la bolsa petada de oro y platino, así que no te emociones Lord Calenthorren.

4.- Los personajes

Toda novela de fantasía épica  que no tenga  dragones, orcos, elfos, o fauna afín, es automáticamente una mierda. Además, no pueden salir chapistas, ni corredores de seguros, ni cajeras de Ikea.  Esta es una cuestión esencial. En su lugar deben salir campesinos, herreros, mozos de cuadra, pilinguis, juglares, algún que otro mago y gente así. Ya en categorías superiores hay que contar con un surtido a tutiplén de guerreros,  nobles variados y gente sin nada que hacer en general. Eso sí, la forma de gobierno debe ser en todo caso una monarquía. Nadie puede negar que si eres Sir Arthur de Forrendor y rindes pleitesía y fidelidad a tu señor el Rey  Vardalon de la casa de Morlock, marcas mucho más paquete que si eres Antonio Rodríguez y despachas con Manuel Fagundiez, Presidente de la República. Esto no admite discusión.

Los personajes deben tener, como queda dicho, nombres guays: Lord Ghordenhall, de la Casa Basthardeon, Sir Lorryn de Frundelor y así. Además, si eres un personaje de los buenos tienes que tener una pila de títulos del copón, que siguiendo el anterior ejemplo podría quedar tal que así:

«Soy Lord Ghordenhall, de la Casa Basthardeon, hijo de Torlhen el Destructor, de la dinastía de los Dragones de Tullhendarl, Señor de las llanuras del Destino, blablablabla y etc, etc…»

Luego ya, si eres un personaje molón de verdad, además de todo lo anterior serás guardián o protector de cualquier gilipollez, entre las que podríamos citar, verbigracia, «Guardián de las Llaves» o  «Protector del honor de la reina», que es lo que de toda la vida viene siendo «portero» o «cinturón de castidad».

Y les dejo hasta la semana que viene o así, que me voy a tomar un copazo de leche de yegua fermentada con unos colegas orcos en las tabernas más allá de las tierras del reino de Forlon, donde los políticos son honestos y los dragones campan apaciblemente en las vastas llanuras.
Con un poco de suerte aparecerán el señor de los anillos y el zagal de los piercing, que son un par de cachondos y entonces la farra sí que será épica.