Para quienes nos gusta juntar letras, hay muchas oportunidades de inspiración observando las cosas cotidianas, los detalles que están ahí, al alcance de la mano. Y con esos mimbres tan sencillos tienes la oportunidad de tejer historias tal y como quieres que sean.

Pero cuando el desastre se cuela con tanta frecuencia, empeñado en formar parte de lo cotidiano y ocupar un lugar que no le corresponde en absoluto, las cosas cambian. Mucho.

Me gustaría poder tejerte una historia alternativa, Gabriel. El guión habría sido muy, muy diferente. Y no dudes que en él habría océanos, mares, y todos los peces que se puedan soñar para pintarlos de colores que aquí no conocemos, pero sí que existen. Hasta podríamos hacer peces blancos y salirnos de la línea al pintarlos.
Esos son los mejores de todos, porque son peces de niño…

Y rocas de chuche, y algas de menta, que son las mejores para la tos. Y un buzo tonto que se confunde y suelta burbujas por la nariz. Y cofres. Muchos cofres. Con tesoros. O con sitio para esconderse dentro. Para mí tendría que ser un poco grande, porque me dan miedo los tiburones. Los mayores estamos llenos de miedos. Somos como los buzos tontos que se confunden y sueltan burbujas por la nariz, y no entendemos nada de lo importante.

Bueno, sí: la mayoría de la gente mayor sí que entiende la importancia de un pescaíto. En el sitio de donde soy yo os llamamos pececinos. O pecezucos, que es como un pez, pero piquiñuco. O piquiñín. Aquí hablamos raro.

Busca a Paz, pececín. Tengo entendido que anda por ahí. Volando. Nada fuerte, fuerte. Y salúdala. Y nadando y volando seguro que encontráis por ahí a Lorena, y a Conchi, y a toda la gente perdida. Y les decís por dónde queda el camino de vuelta. Los mayores a veces no sabemos o no podemos volver.

No te pinto un pez, porque lo hago muy mal y luego no saben que son peces. Y a saber dónde van luego. A lo mejor si pinto un pez pequeño, sí vale. Porque los peces pequeños pueden ir donde quieran. Porque ellos sí que saben.

Los mayores somos un poco chapuceros a veces, pececín. Y si tienes tiempo, cuando puedas, enséñanos cómo se hacen las cosas bien. Que como estamos tontos, como los buzos de las burbujas por la nariz, muchas veces se nos olvida.

Como no sé pintar, déjame que te escriba un pez pequeño. Con gafas gordas, porque es un pez que ve un poco mal. Menos cuando come algas de menta. Y una nariz que es una trompeta. Y una bufanda roja para que se le vea bien y no se pierda. Y una bici con cuatro ruedas, por si quiere salir a tierra y dar la vuelta al mundo. Y unos zapatones grandes para saltar en los charcos.

Con él va un baúl muy grande con todo lo que un pececín pueda necesitar. Mi pez con nariz de trompeta te presta todo lo que necesites, porque es un pez que ve mal, y lleva gafas gordas y todo eso, pero es muy generoso.

Ahí te mando mi pez. Cuídalo y no te olvides de darle algas de menta de vez en cuando para que pueda leer cuentos y no tenga tos. O también se los puedes leer tú, porque es un pez hecho por un mayor, y por eso tiene que llevar gafas gordas. Los mayores somos chapuceros a veces.

Tuyo es. Cuídalo pececín. Besos.