Normalmente, cuando me siento delante del teclado a perpetrar esta bitácora, blog, o como se le quiera llamar, las palabras fluyen más o menos libres (así me va…). Hoy reconozco que el cansancio mental me lo impide, y cada palabra parece resultar más pesada que la anterior en una arterioesclerosis literaria desesperante. No es broma. Llevo más de dos horas tratando de comenzar a escribir y hasta este momento las musas no hacen otra cosa más que meterme el dedo en mitad del cerebro revolviendo el maremágnum que vive en él y  poniendo las cosas más patas arriba de lo que habitualmente suelen estar, lo cual me viene a demostrar que todo es susceptible de ir a peor,  a mejor, o simplemente a «diferente»,  constatando así que la vida es un caminito de peliagudas subidas y bajadas en el que unas veces cuesta frenar la espeluznante velocidad de descenso  y en otras hay que echar los restos para ascender milímetro a milímetro, prácticas ambas imprescindibles para la supervivencia y la dignidad. 

El lector fiel ya sabe que el cáncer ha llamado a las puertas de mi casa y en este caso el muy hijo de puta traía una carta certificada para mi mujer. Fantástico regalo de cumpleaños cuando uno acaba de entrar en el ecuador estadístico de la vida. De momento parece que la ciencia va ganando, y aunque la incertidumbre aún se cierne sobre el horizonte, me agarro a las palabras de Maki Navaja,  ese filósofo poligonero que decía que  «la esperanza es una  puta que va vestida de verde».  Y por más puta que sea, sigue siendo esperanza del mismo modo que la mona vestida de seda sigue manteniendo su condición de primate.  Aquí y en la China Popular. 
En definitiva, por más que la realidad nos llene  el alma y la piel de costurones no queda más alternativa que ir de frente y nunca a la deriva, porque las corrientes son caprichosas y  en ocasiones la única salida es nadar en contra. Porque dejarse llevar es sólo para los momentos de bonanza y corregir el rumbo es patrimonio de los tiempos de tormenta.
Porque no es cierto que no haya dos sin tres. Lo que no hay es tres sin dos, ni jardín sin flores, ni Tristán sin Isolda, ni reyezuelo sin taifa donde caerse muerto. La enfermedad, al contrario que la ley,  nos iguala notablemente porque ahí todos tenemos boletos con posibilidad de premio. 
La actitud ya es otra cosa, porque es un valor que no se compra y menos aún se vende. Y por estos lares si algo sobra es actitud, aunque a veces falte el ánimo. De momento. ya tenemos el «Vini» y el «vidi». Sólo falta el «Vici» para igualarse a Julio César dándose bombo ante el Senado mientras se vanagloriaba de su victoria en la batalla de Zela, más chulo que un ocho.
Y aunque uno no sea General, al menos le quedará la honra de ser sargento más o menos chusquero, al lado de una Isolda de final luminoso. Tiempo al tiempo.