Además el médico de la Seguridad Social, que es un cabroncete con diploma, te empieza a insultar con improperios del estilo «a tu edad no te conviene«, o «a tus años es normal» – ¿CÓMO? ¡Pero si estoy hecho un chaval! Es entonces cuando te planteas pasarte a la sanidad privada, que son mucho más agradables, porque tú lo vales y llevas toda la vida esforzándote y tienes medios para ello, pero entonces se te activan seis o siete neuronas que te recuerdan que realmente eres un «pringao», no tienes un euro, y no te lo puedes permitir ni falta que hace.
Un buen día te levantas y descubres con horror, entre otras cosas fantásticas, que ya vas arrastrando por el suelo unas cuantas décadas (y lo que no son las décadas), que si vas a solicitar el «Carnet Joven» el funcionario se descoyunta de la risa, o que las patas de gallo, la alopecia, la hipertensión, el colesterol, la presbicia, la madre que las fabricó a todas ellas y otras miserias de similar pelaje han dejado de ser una posibilidad lejana para convertirse en una certeza absoluta o, con mucha suerte, inminente.
Y si además empiezas a hacer reflexiones tales como «…igual de chapa empiezo a andar un poco justo, pero de motooooor….!» Ahí ya, vete dándote por fornicado por aquello de ir ahorrando tiempo. Y a todo esto súmale la crisis cansina de estos últimos años, y miel sobre hojuelas de cannabis «caducao»…
Porque no te engañes: cuando vas a comprarte un «esmarfon» nuevo con «androiz, blutuz, güifi y tresgé» para estar a la última como tu «cuñao«, y en la tienda te lo encienden para que lo veas, ya no tienes más remedio que sacar las antiparras del bolsillo y soltarle al dependiente a modo de excusa un lacónico «momentoquemepongalasgafas…» y hacer como que entiendes algo de lo que te explica mientras lo miras por encima de las gafas. Y es que, reconócelo, con los años ves menos que una infanta en una sima aunque intentes disimularlo. Te haces mayor o vas camino de serlo, que no es poco.
Observas además que expresiones como «guay» o «molón» sólo sirven para abochornar a tus hijos cuando intentas hacerte el moderno delante de sus amiguitos, que emplear la palabra «amiguitos» para referirse a los colegas de tus hijos te hace reo de muerte, que no debes llamar indiscriminadamente «La Nintendo» a todas las consolas con las que juegan tus hijos, y que la música que te parecía guay y molona en tus tiempos no sólo resulta en muchos casos abrumadoramente ridícula sino que tus hijos la ponen en sus fiestorros para partirse el ojal cuando los niveles etílicos alcanzan los niveles adecuados.
No te extrañes: tú haces lo mismo poniendo en las farras que te montas con tus amigotes cuarentones y cincuentones, o incluso más, a El Fary (que aunque no lo quieras reconocer, cuando oyes el «Carabirubí carabirubá«, te vienes arriba, se te ponen los pelos como escarpias y la piel gallinácea) o a Raffaela Carrá a tutiplén vociferando como si no hubiera un mañana que «Para hacer bien el amor hay que venir al sur», lo cual por otra parte explica muchas cosas cuando uno vive en el norte, o formulaciones metafísicas como «Explota, explotamexpló, explota explota mi corazón», que digo yo que para escribir semejante letra hace falta tenerlos muy gordos o poseer unos niveles de depravación mental muy relevantes. O ambas cosas.
Por no mencionar que el mero hecho de que exista una música de «tus tiempos» implica ipso facto que además estos ya no son «tus» tiempos. ¿Cómo te quedas?
Y qué decir de las chuches que te comprabas en tu juventud: aquellos magníficos Conguitos, tan políticamente incorrectos ellos por aquello de las alusiones geográfico-raciales y todo eso, que te daban un paquetillo con 20 miserables gramos y aquello te parecía la cornucopia, y que ahora son unos neutrales y mucho más baratos «Cacahuetes bañados en chocolate negro», de origen chino, son de la marca Hacendado, que como todo el mundo sabe va camino de dominar el mundo, vienen en sacos ahorro de a cincuenta kilos y cuando se te acaban mientras ves la tele desparramado en el sofá te parece que «no duran nada». Claro, de ahí las lorzas que te acompañan…
Si además les dices a tus hijos que en tus tiempos no había Conguitos y que, como mucho, te daban los domingos al salir de misa de doce un Tofee de la Viuda de Solano, dos pesetas y una patada en el culo, lo tuyo ya es muy grave: en este caso sólo te quedará el recurso de quedar con tus amigos Nefertiti y Amenofis IV para tomarte unas sopitas en tu «boite» favorita y poner en la gramola los grandes éxitos de la época. Es lo que te queda.
Y es que los tiempos cambian para que todo siga como siempre y cualquier tiempo pasado sea mejor para, quod erat demostrandum, dejar claro que no sólo tenemos mala vista sino que además tenemos una memoria de mierda
Serán cosas de la edad…
El problema con toda la comida de hoy es que todo está lleno de materiales químicos u hormonas o restos de pesticidas, si revisas lo que comes y que cosas pueden producir lo que ingieres, ya no te da ganas de comer.
Me ha gustado, creo…, no sé donde he puesto las gafas. Un abrazo.
Un abrazo Paco. 😉