10 de la mañana de un sábado cualquiera. Llaman a la puerta. Ataúlfo Corrochano, con las legañas aún frescas, posa apresuradamente su tazón de humeante cacao marca Hacendado sobre la mesa de la cocina,  y la mitad del mejunje se le cae por los pantalones del pijama. La otra mitad se reparte entre la sección de deportes de un periódico del día anterior,  y el folleto de Ikea que utilizaba para nivelar una pata de la mesa que, curiosamente, también era de Ikea.  Ironías de la vida.

¡Mierda!– exclamó mientras se iba defecando en todos los santos por orden alfabético. Ataúlfo era un hombre metódico para según qué cosas. Se dirigió raudo hacia la puerta,  perdiendo en el trayecto una de sus descalcañadas zapatillas de felpa. Media vuelta. A estas alturas Ataúlfo, rápido como él solo, ya iba  defecándose por la «E» de San Emeterio. Recuperada la zapatilla, se encara hacia la puerta de la entrada.  Observa por la mirilla y ve a dos hombres de mediana edad impecablemente vestidos, ambos con repeinado flequillo y unos papeles en la mano. – ¡Ufffff!  ¡Estos deben ser del Redondel de Leyentes! – Piensa para sus adentros. Decidido, abre la puerta dispuesto a despedir con cajas destempladas al invasor literario. 
Antes de abrir la boca, el más alto de los dos le ametralla verbalmente:  
Buenos días. Somos de la congregación de los Fedatarios Intesticulares de Cleofás y venimos a anunciar la palabra y traerle la salvación porque sólo aquellos que recojan la semilla y la dejen germinar en sus corazones alcanzarán el Reino de la Luz y vivirán alejados por siempre de la senda del mal.-
Ataúlfo, que  ya avanzaba en su carrera escatológica hacia la «S» de San Sulpicio, comenzó a cerrar la puerta  airadamente mientras acertaba a esgrimir una excusa que en aquel momento  se le antojó cuasi genial:
Oiga mire, que no me interesa… Es que ese ya me lo he leído porque mi hermano es socio y claro, cuando veo en la revista algún libro o algo que me gusta pues ya se lo pido a él y eso… ¡Hale! Buenos días.-

Tras el portazo de rigor, aún perplejo a la vez que satisfecho consigo mismo por la eficacia con la que había defendido la plaza, se dirigió hacia la cocina, donde el cacao del Hacendado iba formando caprichosos reguerillos por doquier. Ataúlfo cogió la bayeta ecológica, y rodilla en tierra comenzó a limpiar el oprobio mientras juraba en copto antiguo por lo bajinis y se imaginaba  prendiéndole fuego a la hacienda y dejando al Hacendado, que ya empezaba a adueñarse del mundo, en la puta miseria.  La venganza es dulce como el cacao en polvo,  y cada uno se venga de lo que le da la gana
Ensimismado  como estaba en sus tareas, no pudo evitar  pegar un brinco al oír el teléfono móvil, descuernándose en el lance contra el borde de la mesa Jödensen.-¡Cagüen los suecos de los…!– Aún conmocionado, corrió hacia el salón mientras el tono del Polvorete se desgañitaba proclamando a los cuatro vientos que el gallo, muy currante él,  se sacudía por segunda vez.
¿DIGA?- 
.-Buenos días, mi nombre es Winston Hernandes y le llamo del departamento de atención al cliente  de Nauseafone. Tengo el gusto de ofrecerle nuestra nueva tarifa «Habla hasta que te salgan nódulos laríngeos» que por tan sólo 23,58 euros al mes…-
.-Mire Winston, perdone que le corte, pero no estoy interesado y...- Ataúlfo se vio sorprendido por el timbre de la puerta que, de nuevo, sonaba insistente. Tiró el móvil encima de la mesa y de nuevo avanzó veloz por el pasillo con la cabeza como un bombo y el escroto humedecido en ardiente cacao. Sin molestarse tan siquiera en usar la mirilla, abrió la puerta mientras el humo comenzaba a rebosarle peligrosamente por las orejas. 
¿Qué quiere?- bufó al borde del ataque de pánico.  Ante sus ojos apareció una muchacha  vestida con eso que ahora llaman «estilo casual», como si se hubiera puesto lo primero que había salido del armario. Todo ello, eso sí, muy conjuntadito y de marca. El coste de los ropajes de aquella mozuela tranquilamente permitiría financiar siete escuelas y dos hospitalillos en Sierra Leona.
¡Holaaaa! ¡Soy Naiara,  de «Trancabares sin Fronteras»! Estamos por la zona solicitando su colaboración económica para desarrollar nuestros proyectos de trancabarismo en pro de la juventud, que…. – ¡Mira bonita!- rugió Ataulfo-  Ahora mismo no te puedo atender porque…- ¡Hombre, no me sea insolidario!- cortó tajante la tal Naiara- ¡Piense que por lo que le costarían dos cafelitos al día usted puede colaborar con una causa justa que…– Un sonoro portazo atronó la escalera dejando a Naiara solidarizada consigo misma y con dos palmos de narices que pasaban por allí.

Mientras, Ataúlfo se dirigió hacia la mesa del ordenador para ver si se le calmaban los furores prostáticos  leyendo el correo electrónico mañanero. Tras seis amables comunicantes  que le ofrecían viagra de pega, relojes Rolex a 12 euros y diversos kits de alargamiento de pene,  lo vio: El amenazante asunto del mensaje no dejaba lugar a dudas: «Reenvíalo, infiel de mierda, o la desgracia caerá sobre tí hasta la decimosexta generación» Básicamente,  si no  reenviaba el mensaje a otros 20 infieles de mierda en los próximos  3 minutos y después pulsaba F6, todas las cuitas del mundo se lo comerían inexorablemente empezando por la  pata derecha. Mientras tanto, le pareció oír la voz de Winston Hernandes, que seguía lanzando ofertas rompedoras  por el auricular del «selular».

Lentamente se levantó, abrió la ventana, y respirando  profundamente lanzó el móvil con ira poco disimulada mientras  consumaba a voz en grito el martirio escatológico de  San Zósimo ante la general sorpresa de los compradores que salían del Mercadona.

Una vez más, el Hacendado había salido invicto y avanzaba hacia la conquista del mundo…