Y lo cierto es que eso no era nada nuevo, porque le ocurría cada vez que reunía los redaños suficientes para asomarse al precipicio de la prensa matutina, es decir, cada mañana de día laborable e incluso, en el colmo de la perversión, muchos días de guardar, siempre bien acodado en la barra del bar de Pepe «el pijo», que era de Albacete y utilizaba el término «pijo» como comodín para referirse a cualquier persona animal o cosa que pululase por el globo terráqueo.
Así, a modo de ejemplo, si algo estaba lejos, quedaba «en el quinto pijo», una llave inglesa era «el pijo de apretar», y para él la frase «¡Pst! ¿Te pongo un pijo de estos pa’l café?» significaba «¿Desea el caballero una porra o unos churros para acompañar el café?».
Pepe era lo que se dice un gentleman castizo de nivel hostelero alfa.
Todo empezaba siempre con el mismo ritual: Ataúlfo ponía un pie en el bar y, como por ensalmo, aparecía en la barra un cafelito descafeinado de máquina con leche, caliente pero tirando a templado, servido en vaso de cristal y con dos sobres de sacarina, con un periódico al lado, seguido del inevitable y polivalente saludo:
-¡Ahí tienes lo tuyo, pijo!– Pepe era detallista como pocos.
Y de forma mecánica, Ataúlfo le daba el primer sorbo al café mientras enfrentaba la portada del periódico y empezar a sentir un sudor frío recorriendo implacablemente los pelillos de la chepa sabedor de lo que se avecinaba. Y así descubría que Rubalcaba, con gran capacidad de análisis y sentido de la oportunidad quería cambiarle el nombre al partido por aquello de que con menos letras se llega mejor a fin de mes, que Mariano seguía teniendo tendencias onanistas pensando en la herencia recibida y sin decir que esa boca era «shuya», que desde Europa ya no nos afeaban la conducta pero sin embargo seguían apretándonos las tuercas a base de bien con el «pijo de apretar», y que en definitiva, todos estaban cabreados con todos por la sencilla razón de que todo era culpa de los «todos» de la acera de enfrente. Y así, entre todos los todos iban engendrando más toditos que alimentar de las exhaustas arcas públicas.
Por no mencionar a infantas que -cosas del corporativismo- aún creían en los Reyes Magos, a yernos aquejados de tumefacción entrepiérnica que hacían magia negra a la sombra de ducados isleños, o a reyes que no eran magos ni nada, pero se llenaban de orgullo y satisfacción a la menor oportunidad sin necesidad de varita.
Todos, efectivamente, estaban cabreados. Excepción hecha de Bárcenas, que estaba remojándose el arco de triunfo en un SPA carísimo. Y es que las imputaciones, como todo el mundo sabe, generan estrés emocional y problemas de diuresis por un tubo.
Ataúlfo le dio el último sorbo al café y cerró el periódico como quien cierra una caja de Pandora rebosante de aguas fecales, tirándolo con desidia sobre la barra. Y sin más ceremonia ni despedida se fue hacia la puerta batiéndose en retirada hacia ninguna parte.
Y mientras secaba la barra por millonésima vez, con la sorna cañí que le daban sus cuarenta años largos de psicólogo tabernario, Pepe esbozó una mueca que aspiraba a ser sonrisa y lanzó al aire un lacónico:
-¡Pst! ¡Atiende Corrochano!
Ataúlfo tuvo el tiempo justo para girar la cabeza y ver como su barman de cabecera le espetaba guiñándole un ojo:
-¡Anda y que se vayan todos al quinto pijo!
Ataúlfo salió a la calle con una sonrisa gratis y recordando la razón por la que seguía parando en aquel tugurio con olor a churros cada mañana.
Y con las mismas, se lanzó calle abajo pensando que si merece la pena que el mundo siga girando se debe en gran medida a que aún quedan filósofos de taberna de la vieja guardia, de los que llaman al pan pan, y al vino tintorro, guardianes de esa liturgia rancia en la que sus practicantes saben desde la cuna que, «de puta a puta, excelentísima señora».
Y aquí paz, y después gloria.
En cierta forma me identifico y me da pena. Yo soy relativamente joven, 54 años, pero viví (como dicen los chinos) en tiempos interesantes, tiempos con cambios frecuentes, extremos, dramáticos y lamentablemente el mundo cambia y no mejora. Los problemas que existían en mi infancia aun existen y muchos nuevos se juntaron.
Hola Rodolfo! Gracias por pasarte por aquí. Así es. Los cambios son vertiginosos, pero los problemas, en esencia, son los mismos. Aunque no por ello vamos a tirar la toalla. Hay demasiados Pepes "El Pijo" que merecen la pena! Saludos