Desde el principio de los tiempos, o una cosa así, muchos entes y seres en general han tenido la inexplicable compulsión de hacer las cosas ellos mismos en lugar de llamar a un profesional. Sin ir más lejos, y si nos atenemos a la tradición cristiana, ahí está Dios que en sólo seis días se curró el mundo él solito inventando así el noble arte del bricolaje. Y, como no podía ser de otra manera, así le quedó la cosa…
Porque vamos a ver: si lo pensamos fríamente el mundo habría quedado bastante mejor si antes de meterse en semejante obra de crear el cielo la tierra y los mares en una semana y además descansando el domingo, se hubiera «currao» unos cuantos albañiles, fontaneros y similares, que se lo hubieran hecho bastante más apañadete y además probablemente le hubieran quitado el IVA. Sin embargo, optó por la vía compleja y
decidió montárselo en plan Bricomanía con los resultados que todos conocemos. Y claro, a la hora de hacerle la entrega de llaves a Adán y Eva no pensó que en algún momento la iban a defecar con vistas a la calle como buenos humanos y al echarlos a patadas de la Urbanización Jardín del Edén, los dos pecadores en cuestión iban a percatarse de que las calidades del resto del mundo eran más bien justitas.
Y vio Dios que los ríos se desbordaban a lo bestia, que caían rayos y centellas, que los volcanes proliferaban por doquier, las patatas no crecían fritas y con ketchup, los huracanes y terremotos campaban a sus anchas y caían meteoritos como si fueran gratis. Y comprendió que aquellos jubilados que estaban mirando la obra apoyados en las vallas, tenían razón cuando le decían que no tenía ni idea y le lanzaban sentencias con aquello de la bajante de 80, el bote sifónico, el diferencial de 200 amperios y la junta tórica del dos.
Luego ya, vinieron los señores de la prehistoria que eran gente muy rara a los que, sin tener que fichar ni madrugar ni nada, les daba por hacer cosas. Por ejemplo, pudieron comprobar que con un palo, un pedrusco y una cuerda de cáñamo -que mira que tiene utilidades el cáñamo y van y se les ocurre hacer cuerdas- podían hacer un adminículo idóneo para reventarle el cráneo a un mamut, mejorando muchísimo la consistencia del menú del día y superando la anterior técnica de esperar a que el mamut se muriese de viejo para su posterior ingesta.
Y así a lo tonto, el hombre empezó a trabajarse el tema por su vertiente decorativa a base de tunear cuevas con bisontes, caballos, ciervos, vulvas y escenas de caza en general, costumbre que ha llegado casi intacta hasta nuestros días en forma de tapiz para colgar encima del sofá con bucólicas escenas de ciervos o caballos corriendo por la vasta pradera, que es una cosa preciosa que se está perdiendo. Curiosamente, nunca se fabricaron tapices de vulvas para el salón, probablemente por la incapacidad de las vulvas para correr por la vasta pradera.
Sin embargo, el colmo del paroxismo bricoprehistórico llegó con los dólmenes, menhires y afines que, servir lo que se dice servir, no servían para gran cosa y los inventó el hipster de la tribu el día que decidió representar «la etérea intranscendencia del ser frente a la sempiterna permanencia de lo esencial». Y el resto de la tribu se descojonaba oyendo al gafasílex en cuestión decir gilipolleces, pero oye, aquellos piedrolos quedaban bien en mitad del campo.
Los egipcios, por ejemplo, eran unos bricolajeros buenísimos que lo mismo te hacían una momificación virguera o un bajorrelieve, que se curraban un templo, una esfinge o una pirámide en un momento.
-¡Oh, gran Fimosis III, Rey de los dos Egiptos, he aquí los planos del agujero cubierto con piedras donde reposarán tus restos momificados para que el Ka surque los cielos en pos de la barca solar de Re, Maat y Khonsu!
-Hombre, casi me molaría más una pirámide en condiciones. Una pequeña aunque sea.
-¡Ah, pues también, también!
Y ahí ya, como eran palabras mayores, empezaron a encomendarle la tarea a profesionales, que pagaban autónomos y además tenían la maquinaria de hacer pirámides y eso se notaba mucho en las calidades.
Pero donde de verdad pega fuerte el tema de la bricochapuza es en nuestros tiempos. Con la invención de las tiendas de bricolaje, esos santuarios que son como un gigantesco sex shop donde el aficionado que se precie se excita muchísimo viendo máquinas que hacen de todo y que no tiene muy claro cómo usar, legiones enteras de bricochapuceros han tomado el mundo dispuestos a llenarlo todo de estanterías, tarimas flotantes, enchufes, y a redecorar la vida en general.
El bricolaje es una cosa con la que puedes quedar muy bien con tu pareja.
-Cari, que no funciona la llave de la luz del salón
-No es una llave, es un conmutador monofásico de dos circuitos y dos posiciones
-¡Ay, cuánto sabes gordi!
Y tú coges y armado con destornillador –y sin cortar la luz ni nada- le metes mano al conmutador en cuestión sin tener ni repajolera idea y sin haber visto un voltio en tu vida, y obtienes a cambio una simpática descarga que te desfibrila gratuitamente para los restos. No te preocupes: mantén la dignidad y échale la culpa al electricista que te hizo la instalación, que no tenía ni idea. Si además le dices a tu pareja que todo se debe a una derivación en el diferencial magnetotérmico que no tenía el amperaje bien calibrado, tu ego quedará libre de toda duda.
Si no eres un auténtico guerrero del bricolaje y no te va lo de ir tú mismo a cortar el árbol para hacerte la estantería para las pelis porno, siempre te queda la versión light, que es Ikea. Esto ya no es una cosa tan viril, pero al menos sigue la filosofía «mónteselo usted mismo«. Los muebles de Ikea tienen la ventaja de
que los agujericos y las cosas que tienen que tener para sostenerse en pie ya vienen hechas de fábrica, de modo que malo será que la cosa no quede más o menos como en la foto. Para montar un mueble de Ikea simplemente tienes que ir, cogerlo tú mismo, pagarlo tú mismo, transportarlo tú mismo y luego ya llamas a tu cuñado para que lo monte él mismo. Lo curioso es que, por más que sigas las instrucciones del muñequito, y a pesar de que los tornillos vienen contados, siempre te va a faltar alguno. Excepto si compras algo de la serie «Ahivalahöstia«, fabricada en Bilbao, que trae catorce o quince tornillos de sobra «pa que no te falten, oyes».
Luego está el bricochapuzas artista, que es un ente peligrosísimo que hace cosas de diseño exclusivo como por ejemplo dispensadores de palillos con forma de toro de lidia –siendo los palillos las banderillas en un alarde de ingenio sin precedentes– o un portasombreros de copa con flores pintadas para colgar a la entrada de casa, que es una cosa muy útil. Y lo peor es que no sólo lleva a cabo sus creaciones sino que además, te las regala, con lo incómodo que es andar atornillando el portasombreros de copa y poniendo el dispensador taurino de palillos encima de la mesa de centro cada vez que el payo viene a tu casa mientras piensas que mejor te hubiera regalado un menhir o un dolmen, que al menos son cosas molonas.
Otro ámbito definitivo es el bricolaje aplicado a la automoción. Un machoman hispánico que se precie tiene que entender de mecánica. Si no de mecánica cuántica, al menos de la del automóvil. Tú te asomas al capó e inmediatamente tienes que identificar por orden alfabético ascendente todos los tubos, cables y pirindolos que veas. En caso de que no identifiques una mierda de lo que ves, deberás conocer una serie de términos tales como «centralita de control», «junta de culata», «caudalímetro» o «válvula EGR» y combinarlos aleatoriamente como te de la gana, pero que suene más o menos convincente. Y lo más importante para salir airoso del tema, es que naturalmente nunca tendrás la herramienta especial que hace falta para cambiar la pieza que te hayas inventado que falla. Ejemplo:
-Cari, ¿Lo arreglas ya o qué?
-¡Uy!, es que no tengo aquí la llave dinamométrica, y así no hay quien clave el par de apriete del codo de retorno del colector, ¡que si nooooooo…!!!!
Por último, no podemos olvidarnos del aficionado al bricolaje tecnológico, que es ese ser que cuando se le escoña la tablet, el portátil. o cualquier aparatico, lo abre con la vana esperanza de entender algo de lo que ve, y naturalmente disponiendo sólo de un destornillador de los chinos y un rollo de cinta aislante para llevar a cabo la reparación.
–Mire, que aquí le traigo los restos de mi iPad porque se averió y mi marido lo intentó arreglar…
-Oiga, que esto está todo reventao…
-Sí, eso fue cuando intentó abrirlo con el abrelatas, pero luego ya lo pegó con cinta aislante, y ni así oiga….
Y les dejo hasta la semana que viene o así, que voy a aprovechar para cambiarle los rodapiés al blog. Mientras tanto recuerden que la vida es un gigantesco Ikea en el que siempre les quedará el viejo consuelo de hacérselo ustedes mismos.
Que ustedes se lo monten bien.