Ya no salen pelos tuyos, ni huele a perrín, ni te oigo caminar por casa por más que me empeño. Te dejamos ir porque era lo que había que hacer. Pero por más que esté centrado en otras cosas que me sirven como refugio temporal, te echo en falta mil veces al día. Y ahí es cuando recuerdo el duelo durísimo que nos toca.

Y no puedo evitar pensar en la infinita estafa que supone que los perros tengan una vida tan desproporcionadamente corta para la huella tan profunda que dejan en el alma.

Tengo la certeza de que, con mucha paciencia, nos lo irás haciendo entender poco a poco, pequeño.