Me he comprao un abientador mikado, de esos que son media docena de palitos sumergidos en una tarreña llena de líquido. Huele a manzana dulce y canela. Un aroma muy rico, que ya en 1874 el prestigioso viajero británico de origen ruso Carlton Todelosko Jones, describió como «trátase sin duda de una fragancia adecuada en igual medida para un económico lupanar de los arrabales de Novosibirsk, que para una carísima tienda de repostería navideña en Alsacia».

Como trae mucho, decido repartirlo con otra tarreña que ya estaba vacía. Esta puta manía mía de repartir. Así es imposible prosperar, amiguis.

Como no soy un jipi indolente, dispongo de todo tipo de adminículos y herramientas para llevar a cabo casi cualquier tarea de forma limpia y ordenada. Entre otras cosas, un embudito pequeño ideal para estos menesteres. Pero me pareció que el esfuerzo de sacarlo del cajón era excesivo.

Resumiendo: el escritorio, el teclado, las manos, el páncreas, una gamuza que ahora tengo que tirar, y todo lo que toque en los próximos doce días, huele y olerá como la tienda de chuches navideñas de un puticlub.

(En 3, 2, 1… «Mimimimi … ¿cómo sabes a qué huele una tienda de chuches navideñas de un puticlub?» Maldita sea, trabajad vuestros propios chistes y leed la obra del gran Carlton Todelosko Jones).