Era viernes. Se levantó con el pie derecho. Por si acaso. Los párpados le pesaban tanto que no podía abrirlos. Fostión con la pared. Falsa alarma. Volvía a recuperar la visión. Sólo eran las legañas que, con el impacto, se habían fracturado felizmente. Al contrario que la nariz, que felizmente no se había fracturado. Llevar largas las uñas de los pies tenía sus ventajas.

Decían que había sido un niño no deseado. Alguna sospecha al respecto sí que tenía: una vez había leído que su nombre quería decir en sánscrito: «¿Que no hay güevos? Sujétame el cubata». Efectivamente, tras el parto, su padre había ido al registro a inscribirlo. Hay que matizar que el parto había sido cosa de la madre. El funcionario mostraba cierta reticencia, pero al final la fina diplomacia de su progenitor había terminado por convencerlo, aunque con algunas fisuras. Dos en una costilla, otra en el pómulo, y desprendimiento parcial de oreja. Menuda paliza.

Pero él era fuerte. No un violento como su padre. Él era especial. Él era Estafilococo de Mierda Fernández.

Estafilococo salió a pasear al perro. Era un perro muy disciplinado y coherente. Comía bolitas, y defecaba bolitas. Era un perro de orden. Como cada mañana, cada vez que recogía dos bolitas le caían tres. Las bolsas del chino eran una mierda. Pero como aquel era un barrio mayormente de ludópatas, enseguida se vio rodeado de gente apostando.

-¡Tres!
-¡Subo la apuesta! ¡Cuatro y se le caen dos!

Hasta había un señor con cara de comadreja encargado de dar el agua si venían los municipales, y otro que hacía de gancho.

Así fue como Estafilococo se hizo trilero de cacas:

-¿Dónde está la bolita? Ahora hay dos, las recojo, caen tres. ¡Siempre se gana! ¡Cojo tres, caen cuarenta y ocho! Las recojo, las recojo, caen sesenta y dos… ¿Pero qué coño come este perro?

-¡Bingo!

-¡Que alguien eche al tontico!

Pasaron los años y el perrete falleció por la cosa de la ancianidad. Estafilococo dedicó parte de la inmensa fortuna que había ganado a construirle una pirámide a su fiel amigo. Pero como el constructor era concejal de urbanismo y corruptición, al final entre sobrecostes y eso, la pirámide se quedó en una caja de cartón de Tena Lady. Muy amplia, eso sí.

Lamentablemente, el siguiente can de Estafilococo, comía bolitas pero unos días defecaba dodecaedros, otros paralelepípedos, y otros puré de lentejas. Y Estafilococo dilapidó su fortuna en Doritos y bocatas de chopped.

Y mirando al horizonte recordó sus días de gloria, cuando su perro de orden le permitía ejercer el noble oficio de trilero de cacas.

No como ahora, que su fiel perro Bakunin defecaba lo que le salía del orto…

Fin