No tengo ni idea de quiénes somos, ni de donde venimos pero sí una ligera noción del lugar hacia el que vamos. Y como en todo trayecto que se precie, vamos cargados de alforjas y faltriqueras llenas de cosas innecesarias que, cuando toca correr, pesan demasiado y nos impiden subirnos al árbol de turno en busca de refugio cuando el tigre vital nos va mordiendo las posaderas. Somos así de ingenuos. Llevamos escuchando el cuento de la hormiga y la cigarra desde que llevábamos pañales y todos sabemos que la actitud políticamente correcta es la de la hormiga, cuando secretamente la que nos mola de verdad es la cigarra y su santa pachorra. Personalmente yo siempre he sido más del coyote que del insoportable correcaminos, supongo que por aquello de identificarse con el eterno perdedor. Llevo toda la vida deseando que los ingenieros de la fábrica Acme desarrollen de una puta vez algún artefacto que ponga en su sitio al odioso pajarraco. Si la fábrica de Acme hubiera estado en Alemania en lugar de en China, seguro que se hubiera hecho justicia desde el capítulo primero. La eficacia teutona es legendaria por algo.
No nos engañemos: aunque suba el Euribor, la gasolina y la idiotez se ponga en cotas desconocidas, las cosas siguen mereciendo la pena. Al que aún no se haya dado cuenta le sugiero que se curre la ecuación y despeje la «X» y comprobará que las matemáticas vitales no engañan.
Los ceros a la izquierda, aunque ocupen espacio no valen nada amiguitos. Las cosas son mucho más simples aunque nos empeñemos en complicarlas. Yo sigo esperando que algún ingeniero llamado Hans, o Günter ponga la marca Acme a la altura que se merece enviando al Correcaminos tres o cuatro galaxias más allá.
Y algún día los coyotes seremos los amos de mundo en nuestra esplendorosa imperfección.
Al tiempo…