Y aprovechando que tal, me adelanto a San Valentín con este hermoso relato de amor y superhéroes. ¡Hala!


 

Los primeros rayos de sol bañaban las calles aún desiertas de Llaviana City. Los segundos rayos de sol ya no bañaban nada porque estaba nublao pa no variar. Total, que al final orbayaba a lo fato sobre la metrópoli, y aquello sí que bañaba las calles en condiciones, que mejor hubiera empezao por ahí y ganábamos tiempo, pero hay que rellenar espacio y darle dramatismo a la cosa. El viejo truco literario de: «Los primeros rayos de sol bañaban las calles aún desiertas». Y a lo bobo ya rellené otra línea más.

Josefa Antuña se dirigía como cada mañana a su trabajo sin sospechar lo que el destino le reservaba en aquella mañana lluviosa y orbayosa de febrero. Febrero rimaba con «afilador y paragüero» y con «pajillero», que eso no tenía nada de extraordinario, incluso en el hipotético caso de que hubiera algún afilador y paragüero que aunase además la condición de pajillero, que todo podía ser…

Afiladores y paragüeros: aquella profesión ya en decadencia debido al empuje de los tiempos modernos. Aquellos héroes anónimos que tanto habían hecho por las artes musicales interpretando magistralmente por las calles aquellas escalas naturales ascendentes y descendentes, ejecutadas sin solución de continuidad en un perfecto legato y dominio del tempo, emulando al mismísimo semidiós Pan con sus aerófonos de a peseta. Además, afilaban cosas. A lo tonto, otro párrafo rellenao. El viejo truco literario del afilador y paragüero onanista.

Todo parecía discurrir con normalidad. Josefa conducía por la desierta carretera secundaria que conducía a su lugar de trabajo en la Metal & Steel Automotion Recovery Corporation Limited, donde desempeñaba su labor como Associated Personal Assistant & Accounting Manager Senior. Aquello era una cosa que quedaba mucho mejor que «Auxiliar administrativo en Desguaces Severino S.L.» y marcaba más paquete en el Feisbuk.

Aquella molesta luz que llevaba viendo varios días en el salpicadero del coche seguía sin apagarse a pesar de sus denodados esfuerzos. Taparla con una tirita sólo había resuelto el problema la mañana del primer día, pero por la tarde ya se había despegado y desintegrado por completo debido al contacto con el aire, a los agentes corrosivos ambientales, y a que aquellas tiritas eran una mierda. ¡Malditas tiritas de los chinos!

Fue entonces cuando en mitad de la desierta carretera, el motor emitió lo que parecía ser su último suspiro. Josefa trató de arrancarlo varias veces utilizando técnicas avanzadas de mecánica, autoayuda y espiritualidad diciéndose a sí misma:

-¡Josefa, trata de arrancarlo, por Dios!

Pero sus esfuerzos no sirvieron de nada, y descubrió con horror que tenía su teléfono celular completamente descargado. Cuando descubrió que además era domingo y ese día no trabajaba, comprendió la magnitud de su error: por aquella carretera en domingo no pasaba ni Piter. Josefa no pudo evitar un momento de pánico y frustración:

-¡Meeeecagüen el puto coche, el móvil y su pu*ísima madre, né! ¡Quedar tirá en mitá’l culo’l mundo! ¡Home no me j…
(Traducción:)
-¡Cielos! ¡Qué cúmulo de fatalidades! ¿Quién podrá asistirme en esta hora amarga? ¡¡¿Quién?!!

Fue entonces cuando percibió aquel extraño zumbido que parecía ganar intensidad por momentos. Jamás había oído nada igual y no pudo evitar que un escalofrío le recorriera la espalda, como una premonición de que algo terrible se avecinaba.

BROOOMMMMM …..iiiihhhhhhhhhhhhh…….SHHHHHHHHHH…..¡BOOM! petpetpetpetpetpetet…. ñic..ñic…ñic… ¡pluf!

Aquella extraña criatura había aparecido de la nada, entre un estruendo infernal, como reptando por el húmedo asfalto a gran velocidad mientras un sonido agudo de metal chirriante perturbaba la paz de aquel solitario rincón, y probablemente la de tres concejos adyacentes. Finalmente, se había detenido de forma abrupta contra el talud y la maleza.

Josefa vio con horror cómo del suelo se erguía una figura borrosa que apenas alcanzaba a distinguir a través de la persistente cortina de agua que caía por el parabrisas. Aquella figura siniestra se acercó lentamente al coche. El corazón de Josefa latía con fuerza y bajo aquel estado de tensión sólo alcanzó a balbucear algunas palabras inconexas:

-¡Ay madre, fía! ¡Tacógrafo, mitomanía, encurtidos!

Aquella figura siniestra estaba cerca, y Josefa cogió instintivamente la motosierra que siempre llevaba oculta bajo el asiento. Josefa siempre había sido muy expeditiva con el tema de la autoprotección. Trató denodadamente de arrancarla:

-¡Josefa, trata de arrancarla, por Dios!

Luego recordó que aquello arrancaba tirando del cordel, y aquella mortífera arma arrancó y tomó vida aprestándose a defender aquel reducto que constituía su única defensa. Mi coche, mi castillo…

Fue entonces cuando sucedió lo inevitable y aquella sombra amenazante golpeó la ventanilla:

(toc, toc, toc)

-¡Moza! ¿Tas bien ho? Acabo esfarrapame en la cuneta con la Mobylette Campera del setenta y dos, que yera el amoto de mi güelo. ¿A que te fijares, eh? Normal, eso ye un maquinón. Debí resbalar con la pila fueyes moyáes y ando con la cubierta de alantre algo gastá. Claro, como ye la original… Acababa de truca-y la carburación y la centralita electrónica pa que fuera a ochenta y voy y peto…

Josefa se armó de valor y bajó la ventanilla del coche, acuciada por la curiosidad y porque allí no había Dios que respirase a causa de la humareda que armaba la motosierra. La próxima vez compraba una eléctrica y un alargador de seis kilómetros.

-¡Aléjese! ¡Tengo una motosierra!

-Ye muy guapa, fía ¿Qué ye, una Stihl de cinco caballos y cadenona de tungsteno reforzao con retrobloqueo centrífugo, eh?

-¿Eh? Pues… eeeh….No sé si… ¡Aléjese! ¡Tengo una motosierra!

-¿Qué ye, que quedaste tirá co’l vehículo eh?

-S…Sí. Es que hace días que se encendió una bombilluca en el salpicadero y…

-¡Nun se hable más! ¡Abre ahí el capó, moza!

Josefa, más calmada ya ante la presencia de aquel desconocido, obedeció y tiró de la palanca. Aquel extraño hombre levantó el capó con decisión y durante unos minutos permaneció absorto escrutando la intrincada mecánica del motor con la intensa mirada que sólo poseen aquellos pocos elegidos capaces de interpretar los más oscuros arcanos del universo. Josefa miraba a aquel rudo hombre con una creciente fascinación. A pesar del casco modelo bacenilla, del palillo entre los dientes, de los pantalones de tergal, del jersey verde de renos y cuello pico, de la camisa de cuadros abrochada hasta las cejas, del aroma a sudor y a Ducados, y de las ajadas zapatillas de cuadros con calceto blanco de raya azul y roja que asomaban tímidas por la parte superior de las madreñas, no podía dejar de sentir por él una atracción primitiva, casi animal. Se podría decir incluso, que lógica femenina…

Sintió que le faltaba el aire. Una dulce sensación de abandono y atemporalidad recorría su cuerpo, y por un instante se sintió al borde del desvanecimiento, tal era el influjo que sobre ella ejercía. Luego apagó la motosierra, salió del coche y el descenso de los niveles de CO2 y la mejoría de la oxigenación de los centros nerviosos hizo que parte de los síntomas desaparecieran. Sin embargo, él seguía llenando con su presencia todos los vacíos que la habían acompañado hasta ese mismo día. Sentía mariposas en el estómago y un escalofrío recorriendo cada poro de su piel. Era lo que tenía salir de casa sin desayunar y sin paraguas.

-¡Lo que me temía! ¡El motor no arranca por falta de ignición y arrancamiento! Puede deberse a un fallo en la señal de retorno del sensor Lambda, a un descenso brusco en la presión de la rampa de inyección, o incluso a la falta de respuesta en el módulo de cálculo de la ECU secundaria. ¡Es probable incluso que se haya escojonao!

Josefa lo miraba obnubilada, y sentía cómo el corazón se desbocaba en su pecho anhelante. Su fascinación por aquel ser no conocía límites.

-¡Cielos! ¿Eso es malo?

-Eso es que no arranca, pero tranquila, que ta tóo controlao.

-¿Quieres decir que puedes arreglarlo?

-No, ni de coña. Pero ta tóo controlao. Peslla el coche, garra el bolso, monta conmigo en la Mobylette y te llevaré de vuelta a la civilización. Por mí llamaba a la grúa, pero nun tengo saldo en el Nokia, así que…

Y tras sacar la Mobylette Campera de entre la sebe y los escayos con la sola ayuda de sus poderosos brazos, le limpió el sillín lleno mierda y barro con la manga del jersey. Ella estaba fascinada mirando sus desgastadas coderas de escay marrón y deseó que aquel momento no acabase jamás. Y durante cada segundo del viaje de vuelta sintió la frescura del orbayo deslizándose por el cuello haciéndola estremecer mientras aspiraba, fijándolo en su memoria, el embriagador aroma y el cálido tacto de la espalda de su amado, que guiaba con pericia la Mobylette a través del húmedo asfalto, sintiéndose por una vez cabalgar a lomos de Strategos junto a su amado y protector Aníbal a la conquista de la Roma eterna.

Jamás supo el tiempo que había transcurrido hasta que él la dejó a salvo en aquel lugar, mientras pronunciaba las que sabía que habían de ser las últimas palabras que surgieran de sus labios antes de alejarse definitivamente de ella:

-¡Hala moza! Llames ahí a la grúa desde el bar y asunto resuelto. Y acuérdate que les ruedes ye mejor hinchales con nitrógeno líquido esferificao, y que el seguro del coche ye más barato donde lo tengo yo. ¡Alegrándome!

-¡Dime al menos tu nombre!

-Llámame Cuñaoman…

Y sin más, cruzó con él la última mirada y lo vio alejarse cruzando el Puente La Chalana, sabedora de que debía atesorar cada segundo de aquel día como el más preciado de los dones que jamás habría de recibir. Y con la mano sobre el pecho respiró desesperadamente en busca del sutil aroma de su hombre, que ya se confundía con el olor a monte, musgo y agua milenaria de su amado valle, y con el del menú del día del bar, que de segundo tenía parrochas.

FIN