Ahora que me empiezan a pasar cositas (buenas e inesperadas) que por el momento no puedo contar, y que no negaré que me dan miedito pero me dan aún más buena onda y ganas de afrontar retos nuevos, o digo esto o reviento:

La creación, de cualquier tipo, tiene que ser absolutamente libre. Y dentro de la creación, y con muchísima más razón, el humor tiene que ir todavía más allá.

El humor tiene el infinito don de ponernos cara a cara con nuestros sesgos, nuestras pedradas y nuestros traumas, traumitas y pupas interiores no resueltas. Es un exorcismo sanísimo si no se le ponen trabas, empezando por permitir que pueda disparar con total libertad a babor, estribor, sotavento y barlovento. Si no es así, ya NO es humor. Será agitación y propaganda, un ejercicio indecente de falta de honestidad, y mil cosas más como asegurarse el puchero dorándole la píldora al amo y señor de turno. Porque esa es otra: hay que ver cómo cambia la cosa según la mano que esparce el grano por el gallinero.

Cosas como esa, serán lo que sean pero desde luego no son humor. O a mí no me lo parece. Las risas tienen que servir, por ejemplo, hasta para pegarse un tiro de realidad en el pie de vez en cuando. Para descojonarse de uno mismo y de sus humanadas. Para autoentenderse un poco más y tratar de mejorar el mundo a nuestro paso. Para señalar lo evidente en tiempos donde pesa más la ideología que la evidencia.

Si el humor no te hace revolverte en tu silla de vez en cuando y replantearte cositas, o si lo empleas exclusivamente para confirmar tus sesgos, déjame decirte (a lo mejor me equivoco), que vas mal. Y contigo, por pura inercia, el mundo entero.

Viva el humor, que de tantas miserias nos salva. Y que las musas (y su inseparable compañero, el trabajo), me guíen.