Vaya temporadita que llevan nuestros dirigentes patrios. Ahora resulta que la ley les va a prohibir darse baños de multitudes inaugurativos en tiempos de precampaña electoral, y lógicamente hay que apresurarse a inaugurar todo lo que se pueda sin ton ni son e incluso sin estar las obras acabadas, cosa esta última muy llamativa. Agotaditos han de estar, ¡Pobrecicos míos! Y es que esto de las inauguraciones es muy cansino, porque  tienes que ponerte a cortar cintas, poner primeras piedras, mezclarte con la plebe (que como todo el mundo sabe es un asco), correr cortinitas que tapan  placas conmemorativas y plantar pinos sin tregua ni conocimiento ninguno.

Y todo ello por el bien de la ciudadanía, que tenemos que ver como los faraones y faraonas dan a conocer al mundo las magníficas pirámides que legan a la posteridad, todas ellas con su correspondiente estela conmemorativa de bronce o mármol pegada con celo y un moco justo antes de la inauguración, por aquello de las prisas:

«Se inauguró esta excelsa pirámide siendo Alcalde el Ilmo. Sr. D. Hermeneguncio Conejales el 18 de marzo de 2011″

Lo curioso es que siempre omiten la parte que debería decir:  «…y se finalizó en fecha por determinar con los correspondientes sobrecostes.». Debe ser que todo no cabe.

Y cuando se trata de hospitales, la inauguración se repite cada vez que se instala un inodoro:

«Se inauguró este retrete el 26 de febrero de 2011 siendo Presidente el Ilmo. Sr. D. Facundo Cascajal, que plantó con éxito el primer pino. Sirva este sanitario como evocador homenaje a su buen hacer»  

Y de las carreteras mejor no hablamos. Obreros trabajando a tres turnos para que parezca que todo está terminado a tiempo para la inauguración oficial, pintando las marcas viales con tiza y sujetando las señales con cinta aislante. Queda todo muy aparente, pero lo malo es que acto seguido hay que cerrar la carretera en cuestión para rematarla en condiciones. Es una cosa loca.

 Y la pregunta que surge es: ¿Nos tomarán por imbéciles? Que nadie se moleste en contestar, que la pregunta es retórica.

Claro que, también cabría preguntarse si no seremos un poco imbéciles por permitirlo. ¡Qué desazón!