Ir al fisio es una cosa que está muy bien y es muy necesaria. De hecho, mi hijo es fisio y dicen sus pacientes que es muy bueno. Pero en un alarde de imparcialidad totalmente incorruptible por menos de 3,5 veces el salario mínimo, quisiera contar algunas teorías que tengo, y que creo que la ciencia y los de Equipo de Investigación, respaldarán totalmente.

En primer lugar, aunque no se diga abiertamente, creo que en fisioterapia se imparte una asignatura secreta que se llama «En estos sitios es donde más jode». Allí entrenan a nuestra juventud en el noble arte de meter el dedo con saña en todas las partes de la anatomía humana, que produzcan un dolor insufrible con sólo hacer una leve presión.
Eso es acojonante: tú estás a lo tuyo, sentado en una camilla forrada de plástico de ese que no transpira ná, que te ponen un papel encima que se arruga a nada que te mueves, el cual sirve para que no dejes tu silueta impresa en la camilla, así en plan la sábana santa de Turín, pero en versión camilla. De lo contrario el paciente que viniera después, podría reconocerte

-¡Coño! ¡Pero si ha estao aquí Paco! ¡Qué desmejorao se le ve, por Dió!

-Sí. Es que en las impresiones de sudó sobre camilla se sale poco favorecío…

Y por eso ponen el papel. Por protección de datos.

¡Ojo! que tú estás sentao ahí sin meterte con nadie, con los pies colgando de la camilla, que es una cosa que te deja en inferioridad clarísima. Se te acerca la persona humana fisioterapeuta, y te hace una exploración rápida, que consiste en ir tocando en una serie de puntos clave que sólo los iniciados conocen. Como en la escala de dolor, todos andan entre «suputamadre», «Ñoquédolor» y «mátameyadeunaveztiosádico», te asustas mucho porque parece claro que en el examen vas a sacar un diez cum laude, y un diagnóstico de «Sevamoríustéyamim-mo».

Entonces es cuando te dicen «¡Psé! Pos todo bastante normal, Don Eulalio. Túmbese. Haga erfavó, que voy a prosedé».

¿Pero cómo que «bastante normal»? ¿Con esos dolorísimos everywhere? Pero si a mí lo que me dolía era un pie nada más. ¡Dios mío! ¿Cuántos minutos de vida me quedan? ¿Me da tiempo a avisar en casa de que no voy a comer?
Claro, te haces las preguntas que a todos nos atribulan llegada la hora final. Pues resulta que no. No te ibas a morir.

Porque AHORA es cuando empieza la muerte lenta. Eso son técnicas que las pillan los expertos en torturas chinas, y pasan de todo lo que aprendieron en la escuela de torturadores chinos como de la mierda.

-¿Le duele aquí?
-Pos mire, antes no. Pero desde que me está sacando las entrañas a puñaos, pues sí. Noto una ligera molestia. Una horrorosa, para ser más precisos. Adminístreme ya el gas letal, por piedad.

Por el medio, si acaso, te hacen algún masaje que de repente es como que da gustito, pero es sólo para que bajes la guardia. Porque a la mínima que oyen medio suspiro de alivio, vuelven a hacerte una maña de fisioterapia que deja las toñas que metían Bruslí y Bazespenser en sus pelis, en una simpática broma.

Lo mejor es cuando terminan:

-¿Qué tal? Mucho mejor ¿A que sí?

Nos ha jodido mayo. Eso es como si alguien te está retorciendo el escroto con unos alicates, y de repente se va y en su lugar aparece la abuela de Cuéntame a hacerte unas croquetas. Y claro, como es lógico, así de repente te encuentras mucho mejor. ¡Se las saben todas!

Agujetas tengo, de verdad te lo juro. Y mañana temprano, más ¡Ay Señor! ¡Qué angustia!

 

 

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