La feria de muestras es una cosa que está muy bien. Hacía por lo menos 4 años que no iba, pero hoy fui y recordé la razón por la que hacía al menos 4 años que no iba.

La primera condición para ir a la feria es aparcar hacia la altura de Casa Dios. Se conocen casos de gente que cuando llegó a la puerta desde el coche le convalidaron la compostelana.

La segunda condición es que un asturiano que se precie no paga por ir a la feria, por lo que hay que tener invitación. Por la taquilla sólo pasan los de Madrid y/o la gente que dice «sidriña», que pagan 4 leuros por cabeza. Si tienes dos cabezas hay una oferta especial de entrada por tan solo 8 leuros. Hay varios tipos de invitación. La que más mola es la «Invitación de Honor», que vale para ir cualquier día, ahí como queriendo decir: «Yo molo porque voy a la feria cuando me sale de la marañuela como un paisano de verdá». Y si te sale del forro ir un miércoles por la tarde pues vas. El resto de invitaciones no son de honor ni nada. Son invitaciones piojosas sin honor ninguno y entre ellas destacan las de Cajastur y las del Banco Herrero que ahora se llaman invitaciones de Liberbank y Banc Sabadell respectivamente y sólo valen para ir un día concreto. Es lo que tiene ser una simple invitación del pijo, sin honor ni honra. Lo que se dice unas invitaciones de mierda, pero si no hay otra cosa pues es lo que hay.

La feria de muestras está muy bien si necesitas comprar un tractor, una hormigonera, un horno de fundición, una grúa, una Thermomix, un misil intercontinental y cosas así grandes y caras, pero en caso de que no necesites una hormigonera ni nada de eso puedes comprarte muchas cosas pequeñas y molonas y muy novedosas. Y muy caras.

Por ejemplo, hay un señor que vende sartenes desde el año 1783 y que por alguna extraña razón tiene allí un montón de frixuelos fosilizaos, como de cartón piedra, y que va haciendo una montaña con manzanas y caramelo, que con los años que lleva, debería haber hecho cima en ella Jesús Calleja, pero sin embargo aquello no crece ni pa Dios. He visto bahías, dolinas y estalagmitas crecer más rápido, pero es que hay gente con una productividad muy mierdosa.

Luego ya, hay otro señor que vende un imán muy novedoso (producto del año en 1944, V año de la Victoria) que limpia los cristales por los dos lados a la vez. Este año el imán tiene una innovación muy molona y es que el mango es azul.

Luego también hay otros 287 puestos (que en la feria llámanse «stands» pero son puestinos), que venden la «piedra blanca» que es como el jabón de la marca «Flota» de toda la puta vida de a 15 pesetas la pastilla de kilo, pero este lo venden a 10 leuros en una caja de plástico amarilla, como queriendo resaltar que es la piedra blanca. Eso limpia, fija y da esplendor que ye la de mi madre. Le das con eso a la expresión «Haber si nos bemos un dia de hestos» y la RAE la da por buena. Se trata de un producto ligeramente abrasivo, por lo que si te lavas las manos con él más de tres veces te regalan dos manoplas para cubrirte los muñones.

En el apartado culinario están los bocatas de calamares, que son una cosa tradicional si vas a la feria. Técnicamente no se puede decir que sea de «calamares» porque es una palabra plural. Poniéndose exquisitos lo correcto es decir «bocata de algunos fragmentos de calamar». Lo que vienen siendo tres anillas de calamar entre dos panes de a ochocientas pesetas de las de antes.

Luego están los puestinos de objetos para cortar cosas como pepino, patatas, puerro o brócoli, que digo yo que qué necesidad habrá de cortar brócoli o incluso qué necesidad habrá de brócoli. El caso es que tú coges un pepino y lo cortas sin esfuerzo con forma de ondulada Matutano, lo cual no es que le aporte gran cosa al pepino pero oye, vacilas con los amigos más que Pitingo versionando a Bob Dylan.

También hay unos puestos donde engochiponcian un suelo de mentira con todo tipo de guarrerías pero luego le pasan una fregona de la mi madre que vale mil duros y al final aquello queda fregao. Impresionante.

Pero la novedad más novedosas que te cagas es «El croquetero», que vienen siendo unas pinzas con pinta de estar hechas de plástico de orinal reciclao con dos cazoletas dentadas en los extremos, que bien podrían ser un juguete «sesuarl» de rollo sadomaso a lo 50 sombras de Grey pero sin un pijo de glamour, pero no. Tú coges las pinzas, tienes un plato con arroz blanco, metes ahí las pinzas y te sale un gurruño de arroz con forma de croqueta y le pones encima un cacho pequeño de salmón ahumado y queda un canapé muy fino y elegante por la parte del arco de triunfo con el que podrás dar cócteles en tu casa que dejarán las recepciones de la Preysler a la altura del cagar. Curiosamente con El Croquetero también se pueden hacer croquetas propiamente dichas si te apeteciera o apeteciese.

Jo, acabo de venir y ya estoy deseando que llegue 2020 para volver de nuevo. A ver si ahorro algo curioso y por fin me compro la hormigonera de mis sueños…