…y mientras el bello fisioterapeuta amasaba el pie del casi joven efebo cual paquidermo estrangulando a un rinoceronte, preguntóle con indisimulada ingenuidad:

-Decidme, casi joven efebo: ¿Acaso mis manos delicadas cual la prensa hidráulica que torna el camión hormigonera en fino papel, os están provocando algún dolor, molestia o mortificación de la carne o el espíritu? ¡Que no quisiere yo que tal cosa sucediera, ni por todos los oros que en el mundo son!

-Si tal cosa preguntáis, tal vez alentado por la faz desencajada que pudiere yo mostrar, más por falta de decoro que por los dolores horrendos que padezco, o por los ojos míos que tal parece que de las órbitas pugnaren por salir, en verdad os digo, bello fisioterapeuta de manos delicadas como profiláctico de esparto, que nada os debe turbar. Pues rato hace ya que cada sufrimiento que con tanto tino y provecho me causáis, viene a hacerme olvidar el tormento que lo precedió provocado por esas manos vuestras que Dios tenga a bien guardar por muchos años.

-Tal cosa pregunto, y pongo al Altísimo por testigo que no es por maldad, sino alentada la curiosidad mía por esas palabras alusivas a la madre que me alumbró, y a la memoria del progenitor que hiciere lo pertinente para que lo primero ocurriera.

-¡Bien sabe el cielo que tal cosa en mis ánimos y mis adentros no ha de tener cabida! Que si recité yo aquel poema que el insigne vate compuso, fue más por distraer los pensamientos míos de los dolores que me atormentaban, que por otra cosa. ¡Qué hermosa oda! ¡Qué versos magistrales que en repetir jamás hallo fatiga!
«Sabiendo que era por bien mío
de la madre vuestra me acordara
y del padre tuyo ¡Hombre pío!
¡Y del ama que te amamantara!

Y al igual que el sol que se levanta
dando relevo a la Luna madre
le quebraste al pie mío la planta
¡Cabronazo! ¡Me cago en tu padre!

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FIN