Hoy me dio por pensar cómo sería el confinamiento relatado pongamos por caso, en el Facebook de un señor del siglo equis uve palito palito. Eso tenía que ser gloria bendita:

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«Vive Dios que hoy levanteme con tales dolores de lomo, que más fueron los deseos de que la peste me llevare, que de levantar estos huesos viejos y maltrechos del lecho mío. Ha de ser, si los demonios no me confunden los entendimientos, cosa de la mucha laxitud, e vagancia impúdica que vengo observando desde que empezare esta plaga del mismo Belcebú que nos tiene en la necesaria ignominia del confinamiento. Que poco ha de faltar para que Su Santidad tenga a bien incorporar retrato mío a la lista de los Capitales Pecados, oportunamente dispuesto junto al de la Pereza y la gula, por mejor ilustrar ambos dos. De la lujuria nada digo, pues cumplidas ocho semanas de este encierro intolerable, mi Aldonza aún no tuvo a bien mudar la enagua de estar en casa, a decir de ella porque nadie la ve de tal guisa y no paga el esfuerzo de calzar otra limpia, y vive Dios que se quitan los arrebatos carnales todos como mosca que espanta rabo de corcel.Y si ando con este barrunto es porque, religiosamente, jamás tengo cuerpo de levantarme antes de que las campanas de la iglesia de Santo Tomé, que con tanta diligencia tañe ese vergacorta putañero de Juan Montánez, anuncien el mediodía. Tras frugal ingesta de viandas, más por gula que por necesidad, asomeme a la balconada que da a la calle de San Cipriano, por haber desde tal atalaya vistas de mucha enjundia de los paseantes que en demasía arrastran las muchas bubas y purulencias que los aquejan. Fijeme con presteza en un bigardo que, a fe mía, non había necesidad alguna de andar callejeando a tales horas en lugar de guardarse en la casa, trancando cancelas, e ventanas, e todo vano por el que pudieren colarse los miasmas de la peste. Fue en aquella hora que el Altísimo tuvo a bien regalarme, cuando a placer solté rienda para mejor insultar, e vejar, e de cuantos vilipendios pude facer acopio e soltar por la boca mía por regarle la existencia a aquel infeliz, y no le quedare gana alguna de andar rompiendo confinamientos sin haber razón cristiana para ello ¡Ah! ¡Cuánto coraje! ¡Cuánta furia inundó el alma mía como orines frescos de borracho en callejuela de mesón infame! ¡Pesia tal! Que pienso que mientras viva he de mantener frescos en la memoria cuantos improperios e insultamientos e imprecaciones todas proferí a mayor defenestración de aquel infeliz!:-¡Do vais! ¡Cagalindes! ¿Qué bula papal pensáis que lleváis metida en el sacro ojete, que os permite andar rompiendo los confinamientos que nuestro Señor el Rey manda e dispone observar, e bendice nuestro buen Obispo? ¡Torna a la casa, zascandil! ¡Zurumbático! ¡Aparatoso! Agora mismo daré en avisar a los alguaciles para que os prendan ¡Petimetre! ¡Julandrón! ¡Comecuescos! ¡Nooooo! ¡Non fuyades, mamerto! ¡Pagaréis cara vuestra felonía! ¡Haragán! ¡Follacabras! ¡Jamás vi crapuloso igual! ¡Dad gracias de que no baje a hendiros los tocinos con la espada ropera! ¡Qué digo! ¡Aguardad, que presto bajo a meteros la espingarda por el primer orificio que hallare! ¡Juana! ¡Apréstame los calzones, la gorguera de diario y la levita negra, mujer! ¡Que he de bajar a dar su merecido a ese mentecato legañoso!-¡Don Arturo! ¡Que os perdéis!-¡Calla mujer! ¡Que son cosas de la honra! ¡A vos os digo, cornudo! ¡Zalapastrán! ¡Lechuguino! ¡Habéis de pagar cara tanta bellaquería! ¡No huyáis, que os he de dar vuestro merecido! ¡Hideputa! Cierto es que, estando próxima la hora de almorzar, más pesaron la gula y la pereza que la ira, mas he de decir en defensa mía, que de yantar había sopas de almendra y torreznos, y sobras de pichón escabechado que quedaran de la cena, y era menester darles salida antes que se perdieran. Que bien saben vuestras mercedes que siendo devoto de las imprecaciones desde el balcón, lo soy más de ambos guisos, que tanto placer y sustento me proporcionan.Y por ello, y no por cualesquiera otras causas, me vi obligado a dejar para mejor ocasión el zanjar la afrenta de aquel pisaverdes, a quien Dios Nuestro Señor confunda y premie con las purulentas bubas de la peste»

Y otrosí digo, ¡Compartid, bellacos! ¡Que llegue a oídos de nuestro buen Rey y Señor, antes de que el Santo Oficio lo censure!