Pido disculpas a los lectores antes de nada, porque la entrada de hoy no irá en la habitual línea de gamberrismo irredento que suele imperar en este blog. Algunos lectores me envían mensajes de agradecimiento porque, sorprendentemente, dicen que el momento que dedican a su lectura les alegra un poco la vida, cosa que me deja ojiplático y satisfecho a partes iguales. Hoy soy yo el que saca sus vergüenzas humanas de paseo y precisamente por eso, pido perdón.

Hoy los médicos le han puesto nombre, apellidos y puntos sobre las íes al estado de salud de la persona que más quiero en este mísero mundo. Ellos lo llaman «melanoma fino» pero yo prefiero llamarlo «grano sin posibilidad alguna», que es menos técnico pero refleja mejor lo que pienso de la infame dolencia. Desde la opinión médica, la cosa tienes muchos visos de salir adelante sin mayor problema y a ello me agarro como a un clavo ardiendo. Y así es como va a ser. Independientemente de la  impotencia que a priori genera una noticia así, la razón y la ciencia me dicen que el enemigo no se va a ir de rositas.

Y esto es así porque lo que tengo a medias con  esta «individua» con la que llevo compartidos la mayor parte de mis casi 40 primaveras no se lo puede llevar por delante un currutaco de alfeñique cualquiera por más que se empeñe.

No niego que en momentos como este me gustaría tener la suerte de poder apoyarme en eso que se llama «fe», pero mi agnosticismo militante no me lo permite. En otras palabras, no consigo acordarme de Santa Bárbara ni siquiera en plena tormenta. Qué se le va a hacer…

Lo que tengo claro por diversas experiencias que no vienen al caso es que hay una fuerza que nos une, que nos da aliento, que nos saca adelante y que está formada por todas la caras que nos acompañan en el camino a fuerza de risas, de llantos, de compartir tiempos irrepetibles y momentos que aún están por venir. Y es en esa certeza de no estar solos donde nos hacemos fuertes sabiendo que hay aún muchos días que deshojar, muchos lunes al sol, martes a la sombra, miércoles jueves y viernes al oreo, sábados de sobremesas que uno desearía interminables y domingos ante el fogón colectivo, unas veces echándonos flores y tantas otras pestes, porque esas son las reglas del juego. Y con gusto las acepto.

Por eso, sabiendo que tengo muchas familias que siendo ajenas son también mías las cosas se me antojan mucho más fáciles, porque no hay necesidad de dar explicaciones. Porque se (sabemos) que somos compañeros en las miserias y en las grandezas y eso hace el trayecto infinitamente más fácil.

Para todo esto no hay Mastercard que valga porque hay cosas que no están en venta. Porque hay cosas que siendo gratis no están al alcance de cualquiera y yo tengo la fortuna de poseerlas.

Lo tienes claro «grano sin posibilidad alguna». La fuerza nos acompaña.

Mueve ficha si te atreves.