Hoy el título de la entrada rima, igualito que la mítica peli guarrindonga «El carpintero, su mujer y otras cosas de meter». Vamos, que una vez más la realidad me lo pone a huevo sin tener  que esforzarme nada de nada. 


Leo estupefacto en la prensa del movimiento, e incluso en la otra, que el  mundo del arte llora desconsolado porque una excelsa obra del autor Martin Kippenberger, que era un señor que hacía obras de arte carísimas, ha resultado gravemente dañada hasta el punto de que los restauradores del museo Ostwald dicen que los daños son irrecuperables. Antes de nada, por aplicación del principio «Una imagen vale más que mil palabras», centrémonos en el tema observando esta  fotografía de la obra de arte en cuestión: 



La obra de arte en cuestión



La gaveta en cuestión tras dejar de ser una obra de arte
El valor del artístico elemento viene a ser de  unos 800.000 euros, supongo que con IVA incluido (por si alguien se despista, la obra de arte es el andamiaje que se ve en el centro de la imagen bajo el cual hay  una gaveta de goma de esas que usaban los albañiles cuando tenían trabajo). Por cierto, conste que no había oído hablar de  Martin Kippenberger en mi vida. Y no disimulen, que ustedes tampoco… pero vamos a lo que vamos:

Esta hermosa creación artística lleva por título algo así como «Cuando empieza a gotear desde el techo» y al parecer es una alegoría más o menos elaborada de lo que pasa cuando pintas el techo zafiamente y la pintura empieza a gotear al suelo por efecto de la gravedad, que tiene muy mala baba.  La verdad es que por la módica cantidad de 500 euros ya lo podía explicar yo mismo de forma más gráfica, pero como no soy artista conceptual…
    
El caso es que una esforzada limpiadora del museo observó que la gaveta estaba toda llena de cal y guarrerías varias y decidió tirar de mocho,  estropajo del calibre 7 y una mezcla de Mister Proper y Calgón como si no existiera un mañana, hasta dejarla más limpia que una patena sin estrenar. El problema es que el exceso de celo profesional no le permitió ver que las incrustaciones de roña calcárea formaban parte de la obra de arte, y  como ya he dicho antes, los restauradores del museo consideran ahora que no hay nada que se pueda hacer para devolverle su antiguo esplendor roñeril.  Esto me lleva a pensar que los restauradores deberían ser despedidos de inmediato. 

Cuando la empresa responsable de la limpieza reprendió a la curranta por la felonía que acababa de cometer, la buena mujer, con muy buen criterio, respondió que creía que estaban haciendo obras en el museo y que al ver el andamio medio esgonciado y la gaveta de goma con más mierda que el palo de un gallinero venido a menos decidió que aquello  no hacía bonito  en mitad de la sala. Y lógicamente cumplió con su trabajo.

No se por qué extraña razón, pero me da en la nariz que si la Fräulein limpiadora se hubiera topado de frente con un Velázquez,  un Rembrandt o un cuadro de Lola Flores (ya saben, «mú mal pintao»  pero con ese arte que ella tenía), no  se le hubiera ocurrido tirar de Scotch Brite.

Me encantaría escuchar al guía del museo explicando los entresijos filosóficos del andamio en cuestión, aunque imagino que sería algo así como «El artista plasma con genial maestría la efímera inconsistencia del devenir entendido como un exacerbado sincretismo de valores no extrapolables en términos estéticos, en tanto la expresión visual del yo imposibilita la proyección de las superestructuras del inconsciente profundo», etcétera. Siempre he dicho que un par de hostias a tiempo espabilan mucho y evitan males mayores. 

     Lo que sí es arte en estado puro es decidir que esto vale 800.000 euros sin que se te escape la risa floja  Como decía el genial Manuel Alexandre en «Amanece que no es poco»:

«¡Me paice a mí que tenéis un cuajo…!»