Es llamativo que tras varios días de guerra en Libia, la progresía profesional no se haya lanzado a la calle con pegatinas solidarias de «No a la guerra» en la pechera. A los Bardem y demás miembros y miembras supernumerarios no se les espera en esta ocasión.Y es que por lo visto lo de Libia es más legítimo que lo de Irak porque esta vez China y Rusia no han puesto pegas a la intervención armada por vaya usted a saber qué razones.  De todos modos, me parece a mí que el hecho de que sea una guerra «legal» no la hace menos repugnante y rechazable. Claro que en su día el inefable «Ánsar»se lució con su amigotes en Las Azores  hablando de armas de destrucción masiva. De lo que no hay duda es que aquella guerra resultó tan rentable para los de siempre, como lo será la actual. ¡Gana la banca, señores!

Es lo que tiene esto de fomentar teledirigir y dar sustento a sátrapas y dictadorzuelos que sirvan a los intereses del civilizado «mundo occidental». No creo que haga falta aclarar a estas alturas  que «Mundo occidental»  significa en realidad «Petroleras, industrias armamentísticas, mercados financieros y lobbies de lo más variopinto». Todos ellos eso sí investidos del halo de respetabilidad que les dan sus trajeadas y organizadas vidas. Los designios del mundo se rigen en animados saraos sociales, clubes de campo y fundaciones diversas donde tienen muy clarito que para que uno gane muchos tienen que perder. Cada vez me dan más asco estos tiburones de champagne y canapé.

Y es que Sadam, Gadafi, y demás especies han sido según el momento, malos malotes o buenos chicos a los ojos de los hijos de la chingada mencionados en el párrafo anterior. Y claro, cuando se ponen malotes hay que darles un cachete en nombre de los derechos humanos que, a mi juicio, estaban tan pisoteados entonces como lo están ahora. La diferencia es que ahora, eso que Marx denominaba «las masas» están cabreadas y se atreven a manifestarlo.

Y como cuando las aguas se revuelven la ganancia de pescadores es exponencial, está por ver cual será el rumbo final que tome todo esto, porque los extremistas más radicales intentarán buscar su hueco en el reparto del pastel como sea. Y de nuevo veremos por la tele  la guerra en directo, sin muertos ni nada. Sólo con ráfagas de balas trazadoras que quedan preciosas de noche en el telediario, alguna que otra explosión y algún daño colateral sin importancia.  ¡Hala! ¡Por malo!

Y lo jodido es que al final los señorones y señoronas  que viven de estos lances a miles de kilómetros del «teatro de operaciones» comentarán en el salón de sus respectivas mansiones lo terrible que  es la guerra.

.-¡Oh cielos, George querido! ¡Es tan terrible!

Y George asentirá mientras le da vueltas a su copa de Brandy y repasa los índices bursátiles en el Financial Times:

.-¡Así es, querida!, ¡Así es!

Y mientras tanto los políticos hablarán de respeto a los derechos humanos y de paz mientras negocian los contratos de reconstrucción.

Y ya de paso con un poco de suerte, igual hasta nos bajan el precio de la gasofa. Lo que está clarito es que una guerra por más que esté investida de legalidad es un asco y un fracaso más en el suma y sigue de la humanidad.

Ya podemos poner el barco al pairo  porque cada vez tengo más claro que es un milagro que no se haya ido todo a pique. Ver veremos dijo un ciego, y un sordo no lo oyó…